Reseñas
César Ramírez Morales (2000), Buscando la vida
Laura Velasco Ortiz*
México, D. F., Instituto Nacional Indigenista, Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo, 93 pp.
* Investigadora del Departamento de Estudios Culturales de El Colegio de la Frontera Norte. Correo electrónico: lvelasco@colef.mx
El libro Buscando la vida, de César Ramírez Morales, forma parte de la colección Raíces que edita el Instituto Nacional Indigenista. La colección reúne una serie de volúmenes dedicados a los pueblos indígenas en México, obras que se caracterizan por utilizar en forma conjunta la fotografía y el testimonio o el relato vital. Con esos dos discursos narrativos el libro de César Ramírez nos lleva por la historia de la migración femenina desde Zaachila,Oaxaca, hasta los campos agrícolas de Maneadero en Baja California. La obra se centra en el relato vital de doña Ana Caballero y otras mujeres anónimas. La imagen fotográfica no acompaña el texto escrito, sino lo complementa. Ambas constituyen una unidad no sólo estética sino también de conocimiento. No obstante lo anterior, esta reseña se centra en los relatos vitales contenidos en el libro, más por considerar su mayor relevancia, por incapacidad de poder analizar la dimensión visual de libro.
Al tener como referencia la aproximación biográfica en la sociología, es difícil no caer cautivados por la fuerza de la narración oral, en su aspecto literario, por el tipo de conocimiento que nos aporta a lo que hasta ahora sabemos sobre el tema y los retos metodológicos que plantea al quehacer de las ciencias sociales. A continuación centraré la atención alrededor de sólo dos aspectos. El primero se refiere al hecho de que sea la mujer jornalera misma quien nos narre su experiencia de migración y trabajo. El segundo se relaciona con la interrogante de ¿cuál es la contribución de la experiencia directa del sujeto al conocimiento que ya poseemos sobre el fenómeno migratorio femenino en la agricultura de exportación del noroeste mexicano?
Aunque hay otras voces femeninas, hay una que emerge con mayor fuerza y dominio del tema: la de doña Ana Caballero. Ella tiene 45 años de edad, de los cuales 30 los ha vivido como jornalera agrícola; ante esto nadie puede dudar sobre su conocimiento en los asuntos de la migración y el trabajo agrícola. Ella es lo que en la literatura metodológica se llama una informante privilegiada. Seguramente el conocimiento de doña Ana no se agota en el libro, y lo que César Ramírez logró recabar junto con ella, apenas logra mostrar un fragmento de tal conocimiento. El énfasis en el valor del conocimiento cotidiano cuestiona las ideas sobre el saber, como algo que sólo pertenece a los más escolarizados de una sociedad y apela por valorar el conocimiento experto que nace de la experiencia de vida c otidiana. Como lo señala Anthony Giddens, sobre ese saber cotidiano, finalmente, se construye a diario la sociedad. Este es uno de los aportes más importantes del libro y de la colección Raíces en general. En el libro, esos saberes no sólo se recuperan a través de la narración oral, sino también a través de las prácticas que se vuelcan en imagen. Al final retomaré la importancia de la narración en primera persona.
Respecto al segundo aspecto, dado que hay una riqueza enorme de conocimientos en el relato vital de doña Ana y sus compañeras, sólo me voy a concentrar en dos temas: la experiencia de migración y trabajo agrícola como mujeres indígenas. En el terreno de la migración, la historia de doña Ana nos brinda la posibilidad de acceder a la fluidez de la vida misma. En ese esfuerzo rescata la experiencia individual y a la vez colectiva de muchos acontecimientos y los ordena en una lógica espacial que va constantemente del pueblo, al camino y a los campamentos. En esa narración se mezcla el presente con el pasado y viceversa. Así que aunque el relato se inicia en el pueblo de origen, San Antonio Huitepec, donde vivió su infancia, éste no desaparece de la narración. Hay regresos constantes al pueblo durante lo que se percibe como el fluir de su experiencia vital, de tal forma que a veces no sabemos desde qué lugar narra doña Ana: el pueblo o los campos agrícolas del norte. En el presente se mezclan recuerdos que ubican el pasado en muchos lugares, no en uno solo. Esa complejidad de tiempos y espacios de los que nos habla doña Ana tiene algunas consecuencias para el quehacer académico. Por un lado, apoya la crítica ya difundida a la visión de las teorías de la modernización, en la que la migración es representada como experiencia lineal de ida y vuelta, o ida y residencia. Con ello se ponen en crisis las clasificaciones y visiones dicotómicas de los comportamientos migratorios. Por otro lado, permite recuperar la idea del tiempo simultáneo puesto de moda por Benedict Anderson, y nos introduce a la idea de pertenencias transterritoriales y la constitución de comunidades indígenas con múltiples centros geográficos. La frase Buscando la vida resume muy bien este sentido que lleva al migrante por tierras lejanas, con trayectorias espaciales y temporales múltiples, tras algo que se llama vida. Y que a través del libro, se pueden descubrir algunos de sus significados, como trabajo, hijos, sufrimiento, añoranza, tierra y amor.
En el tema del trabajo es enorme la riqueza de la obra. Doña Ana nos da el testimonio de su vida de trabajo desde que era muy pequeña, así fuera necesario arrimar la silla para alcanzar el nixtamal. En cada página aparece la imagen de una mujer incansablemente trabajadora. Pero ello, más que una virtud, es una tragedia. Porque doña Ana pertenece a una categoría social de mujeres que no pueden "optar" por trabajar, sino que no conocen otra posibilidad. Este hecho critica la idea del trabajo remunerado como vía de liberación femenina y signo de autonomía personal. Como lo han manifestado las feministas afroamericanas, no para todos o todas las personas el trabajo, como empleo, es liberador, ni creativo. Doña Ana, como muchas indígenas de este país, ha trabajado toda su vida. Pertenece a ese segmento social, ya prácticamente una clase internacional de mujeres, que trabajan apenas tienen fuerza para hacerlo. Las condiciones del trabajo agrícola para miles de migrantes no constituyen una vía de autonomía ni de liberación femenina, sino más bien de explotación, consumiendo sus energías para ejercer sus habilidades y deseos como madres, esposas, adolescentes, niñas, activistas, profesionistas o artistas.
Estos dos aspectos, migración y trabajo, parecen unirse a través de un tercero, que es la vida familiar. Tanto la migración como el trabajo agrícola encuentran dinamismo y rostro en los sucesos familiares, como el casamiento, el nacimiento de los hijos, la búsqueda de sustento y casa para la familia, las separaciones y la sobrevivencia como una mujer sola que no tiene más que sus propias fuerzas y las de sus hijos para salir adelante. A través de esa vida familiar conocemos de otros eventos de orden comunitario, que confirma lo que se ha encontrado en otras historias de vida de indígenas migrantes en México: el endeudamiento para poder migrar. Este puede ser calificado como un factor meso en la migración, constituyendo lo que Karl Popper llama "acontecimiento", es decir, aquel suceso que muestra rasgos típicos, abarcando a un conjunto de población. Ese endeudamiento funcionó como un mecanismo de despojo y empobrecimiento indígena desde la colonia. Como nos cuenta doña Ana, la deuda que contraen como familia los lleva a depositar tierras y animales ante los prestamistas. Con ese antecedente, el salario del migrante debe valorarse en función del tamaño y antigüedad de la deuda. En la actualidad para doña Ana parece que esa deuda se incrementa aceleradamente y sólo alcanza a disminuir sus intereses, pero nunca a pagarse. Así, como muchos otros migrantes, estas mujeres viven con el futuro endeudado y la amenaza de ya no tener a dónde regresar.
La migración y el trabajo agrícola cobran su especificidad en la vida de estas jornaleras, como mujeres. Doña Ana nos cuenta que, como muchas otras mujeres, no pudo elegir con quién casarse; fue una cuestión de suerte, como ella dice, cuándo y con quién se casó. Tampoco pudo elegir cuándo y cuántos hijos tener: tuvo los que Dios quiso. No pudo oponerse a sus padres para que su esposo tuviera relaciones con su hermana. Pudo decidir migrar hacia el norte, después de vivir muchas ausencias de su marido y pasar hambre junto con sus hijos. Fuera del pueblo se separó de su esposo y se quedó con toda la responsabilidad de mantener a sus hijos, de educarlos y de apoyarlos en sus problemas. Ella y Cirilo, su hijo, hacen un recuento muy crudo de esta trayectoria y hay momentos en que parece que doña Ana no tiene más recurso que su propio cuerpo, su fuerza de espíritu de lucha y sus creencias. No es casual que sus hijos ocupen un lugar central en toda su narración: la preocupación por darles de comer, enviarlos a la escuela, tratar de educarlos en una ética de vida que los haga ser buenas personas y les otorgue alternativas que ella no tuvo. Ella nos muestra cómo funciona la autoridad masculina, en la familia de orientación y en su propia familia, en la comunidad y en el trabajo. Esa jerarquía social por ser mujer se conjuga con su condición de clase: ser mujeres sumamente pobres, sin recursos económicos que les permita trabajar menos horas, sin acceso a los servicios de salud o bien sin apoyos en el cuidado y alimentación de sus hijos.
Como se puede observar hasta lo reseñado, el relato vital, no obstante ser de un individuo, nos permite acceder a fenómenos más amplios. A lo largo de la narración surgen diferentes tipos de eventos que podemos distinguir como sucesos, acontecimientos y procesos, según su grado de particularidad. Por ejemplo, los sucesos personales que doña Ana nos cuenta tienen de fondo acontecimientos que experimenta como una mujer que pertenece a una clase social y un grupo étnico, que se ha definido históricamente a la luz de otros acontecimientos como el agotamiento y fragmentación de la tierra, la introducción de la economía capitalista en el campo mexicano, la modernización de otras regiones agrícolas del noroeste, la articulación internacional entre capital y fuerza de trabajo pobre y la urbanización de grandes ciudades. Y de fondo, procesos tan amplios como la dominación étnica, con la experiencia de la colonización, y la subordinación de género de las mujeres indígenas que no sólo viven opresión en el espacio de trabajo, por el acoso sexual, sino también dentro de la familia con cargas domésticas diferenciadas o bien dentro de la comunidad.
Para terminar, quiero resaltar la importancia que tiene para las ciencias sociales la narración en primera persona, en este caso de doña Ana y las otras jornaleras agrícolas.
A través de la narración, doña Ana se vuelve la protagonista principal de la historia. Ella emerge desde las primeras páginas de libro como una guerrera, que de niña le ponía "los ojos de búho" a otro niño y después luchaba por buscar su vida, así fuera a grandes distancias de su añorada tierra. Hay un juego entre ser protagonista y narrar, porque cuando se relata la propia vida algo sucede, hay una especie de descubrimiento de quiénes somos, adquirimos conciencia y memoria de nuestro pasado en el momento que lo nombramos frente a otros. Si bien el pasado fáctico no se puede cambiar, si se puede interpretar a la luz del presente, y como éste siempre cambia, entonces la interpretación siempre está abierta, como lo señala Mijaíl Bajtín. Así, este relato o relatos forman parte ya de la memoria colectiva de estos pueblos migrantes, enriquecida por las voces de las mujeres jornaleras. Pero estos relatos no sólo fueron producidos por las mujeres jornaleras, sino por una mano, un ojo y un oído que les dio luz, las captó en imagen y las tejió en texto escrito. Doña Ana y las otras mujeres anónimas pudieron relatar porque hubo alguien que les escuchara, que hilara sus palabras para tejer una historia de los diferentes momentos de la vida de esas mujeres. Esta es la idea que Mijaíl Bajtín nos heredó y apenas estamos desenterrando: en la construcción del relato vital, sucede un acto de creación gracias al encuentro de dos personas, quienes solamente en el diálogo cobran consciencia de sí mismas. César Ramírez llegó a ese encuentro además de con la grabadora con la cámara fotográfica. Así que el diálogo entre él y doña Ana tuvo muchos más recursos de los que un investigador común posee y se permite. El resultado es un diálogo entre imagen y texto que lleva al lector a una experiencia de placer y conocimiento. En este último terreno agregaré unas líneas a la rica polémica sobre las fronteras del conocimiento científico y el conocimiento estético. Para el quehacer de las ciencias sociales estaría pendiente la interpretación de segundo orden. Sin embargo, en este caso, doña Ana se mira en las fotografías y encuentra una interpretación de sí misma y de su vida, que difícilmente podríamos lograr con otras formas de representación científica. La fotografía parece constituir en este caso esa interpretación del que observa y escucha, del investigador. Es decir, ella contribuye a ubicar el relato individual en el acontecer del tiempo de mediano y largo plazo, así como explorar las condiciones socio estructurales desde las cuales el narrador se constituye como sujeto histórico.