Artículos

 

Reestructuración y dinámica del empleo en México. 1980-1998

 

Francisco Aguayo* Carlos Salas Páez**

 

* Profesor-investigador del Programa de Ciencia y Tecnología de El Colegio de México. Se le puede enviar correspondencia a Camino al Ajusco no. 20, Col. Pedregal de Santa Teresa, C. P. 10740, México, D. F. Correo electrónico: francisco.aguayo@merit.unimaas.nl

** Profesor-investigador del Departamento de Sociología, Universidad Autónoma Metropolitana, Unidad Iztapalapa. Se le puede enviar correspondencia a San Rafael Atlixco no. 186, Col. Vicentina, C. P. 09340, México, D. F. Correo electrónico: csalasp@avantel.net

 

Recibido en octubre de 2001.
Revisado en abril de 2002.

 

Resumen

El presente artículo propone realizar un análisis del impacto de la apertura de la economía mexicana sobre la estructura y el desarrollo económico de las regiones. En términos generales, el debate actual sobre el tema se centra en el argumento de inspiración neoclásica de que, a largo plazo, el desarrollo entre las regiones —si bien desiguales— tenderá a converger e igualar las condiciones de desarrollo subsecuentes. En este artículo se plantea una hipótesis contraria, a saber: la apertura de la economía ha conducido al crecimiento de las desigualdades, lejos de llevar a la pretendida "convergencia" regional neoclásica. Así las cosas, al nivel más elemental de los hechos (evolución del PIB, inversión extranjera directa y generación de empleo) se verifica lo falaz del argumento neoclásico. Para llevar a cabo esta empresa, se realiza un análisis de la evolución de los indicadores a partir del estudio de la especialización productiva por regiones, así como del cambio y la participación en la estructura regional de la producción y el empleo. Finalmente, se argumenta a favor de una política económica activa por parte del Estado, en la lógica de reducir paulatinamente la desigualdad entre las regiones.

Palabras clave: apertura de la economía mexicana, desigualdades, inversión extranjera, generación de empleo, especialización productiva.

 

Abstract

This article intends to analyse the impact of the opening-up of the Mexican economy on the structure and economic development of the different regions. Generally speaking, the present debate on the subject focuses on the neoclassical-inspired argument that the development of the regions, although uneven, will tend to converge and to make equal the subsequent development conditions in the long term.

In this paper a contrary hypothesis is set forth, that is to say: far from leading to the so-called neoclassical regional "convergence", the opening-up of the economy has led to an increase in the inequalities. Then, at the most basic level of the events —GDP evolution, direct foreign investment, and creation of employment—, the fallacy of the neoclassical argument is verified. In order to carry out this task, the evolution of these indicators is analyzed from the study of the productive specialization by regions, as well as from changes and participation in the regional structure of production and employment. Finally, and according to the logic of gradually reducing inequality among regions, it is argued in favor of a state active economic policy.

Key words: opening-up of the Mexican economy, inequalities, foreign investment, creation of employment, productive specialization.

 

Introducción

A partir de 1985, la apertura comercial de México, acompañada del proceso de privatizaciones y de la retracción del Estado de su papel regulador en la economía, tiene expresiones diferenciadas tanto en el ámbito sectorial como en el geográfico. Entre las actividades productivas, la industria manufacturera orientada a los mercados externos adquirió una dinámica muy intensa. Es natural, por lo tanto, la atención que ha recibido el estudio de la industria maquiladora y la industria automotriz (autopartes y terminal), como lo muestran los numerosos artículos, monografías y libros escritos sobre el tema.1 Adicionalmente, la particular ubicación geográfica de estas actividades reiteró la necesidad de un análisis más exhaustivo de los fenómenos económicos a escala regional (Graizbord y Ruiz, 1996; Hiernaux, 1998).

Sobre la conducta de las regiones después de la apertura económica, diversos autores plantearon una convergencia en cuanto a los niveles de desarrollo. Desde la óptica de la economía neoclásica (Katz, 1998), se afirma que el papel más activo de la empresa privada, la apertura comercial y la nueva reglamentación de la actividad económica habrían de producir un proceso de convergencia en el desarrollo de las regiones que conforman el país.2

Según se demuestra en el presente artículo, en contra de las inferencias inspiradas en la teoría neoclásica, las diferencias regionales en composición sectorial, en importancia económica y en la generación de empleos han tendido a incrementarse desde 1982. Una implicación importante de este hecho es que el rezago histórico de muchos estados del sur y del sureste tiende a perpetuarse, como lo muestra la comparación de los índices de bienestar entre 1970 y 1995 (CONAPO, 1999).

Una consecuencia del proceso de ampliación de las diferencias interregionales, es la necesidad de la intervención estatal para dirigir fondos de gasto social hacia las regiones con menores niveles de desarrollo, ya que los actores privados no orientan sus inversiones hacia las zonas donde son socialmente más necesarias. Así, la ausencia de un proyecto estatal de inversiones sociales representa un obstáculo para el desarrollo y crecimiento de aquellas zonas que han estado secularmente al margen del bienestar.

En este texto, se examina la evolución del producto interno bruto (PIB), de la inversión extranjera directa y el empleo en un conjunto de diez regiones en que agrupamos los estados del país. El análisis utiliza fuentes estadísticas que permiten un estudio integral de la evolución regional de México a partir de los años ochenta. Si bien anteriormente han sido utilizados los datos censales, registros administrativos y las encuestas a hogares para examinar la manera en que evoluciona el empleo a escala nacional (Rendón y Salas, 1993), el presente material es el primer intento sistemático por integrar en un mismo análisis el PIB, la inversión extranjera directa y el empleo, tanto a nivel sectorial como a escala regional.

El artículo está organizado como sigue: en el segundo apartado, se discute el marco analítico del cual se parte para explicar los cambios y permanencias en la estructura regional. El tercer apartado se dedica a examinar la estructura y características del producto, la inversión extranjera y el empleo generado en cada región. En esa misma sección, se analiza la estructura por tamaño y por grado de asalariamiento de las actividades económicas en el país.

En el cuarto apartado, se presentan los resultados de un análisis de especialización productiva y, en seguida, los correspondientes a uno de cambio y participación (shift and share), que se lleva a cabo a nivel general y después considerando una desagregación en sectores de actividad. La quinta sección está dedicada a examinar algunos elementos de la organización industrial que ha emergido en las últimas décadas.

La sexta y última sección contiene una serie de conclusiones sobre la redistribución de las actividades entre las regiones y ahí se analizan algunas implicaciones de los resultados del estudio frente a la idea neoclásica de la convergencia regional.

Al final del texto, se incluyen tres apéndices que dan cuenta del tratamiento estadístico, tanto de las fuentes utilizadas como de la construcción de los indicadores empleados para el presente análisis.

 

Marco teórico y conceptual

Aún en plena época de la globalización económica, la geografía de la producción mantiene una gran importancia. En razón de la imperfecta movilidad del capital productivo, y a pesar de formas cada vez más globalizadas de producción (Dicken, 1998), las regiones3 mantienen un papel central en la definición del perfil de las economías contemporáneas. La producción, el comercio, las actividades de servicios se llevan a cabo en áreas bien definidas, sobre todo en ciudades y áreas metropolitanas, y cada vez menos en zonas rurales (Méndez, 1997).

La diversa concentración geográfica de las actividades económicas y de la inversión, tiene una contraparte en las diferencias en ingresos (por trabajador o per capita) entre regiones (Chakravorty, 1994). Dada una cierta estructura productiva, la dinámica de inversión productiva y el ingreso determinan la generación de empleo. Por tanto, la profundización de las diferencias regionales en el empleo es también una tendencia inherente al desarrollo capitalista. Al mismo tiempo que esto ocurre, la expresión espacial del proceso de desarrollo pone en marcha mecanismos diversos que llevan a la homogeneidad en el consumo, en el nivel tecnológico de la producción, en los mecanismos de distribución y venta de las mercancías, etcétera. El resultado final es un proceso contradictorio donde entran en juego diferencias y articulaciones, lo que resulta en distintas formas de integración y heterogeneidad regional (Storper, 1997).

Es precisamente en el terreno del resultado global del proceso de desarrollo regional donde nos concentramos ahora, para exponer dos posiciones teóricas con puntos de vista opuestos sobre el desenlace de dicho proceso.

Los modelos de desarrollo regional de corte neoclásico más ortodoxo (Williamson, 1965; Richardson, 1973) insisten en una tendencia al equilibrio o convergencia regional en el largo plazo. De hecho, Williamson postula la existencia de una curva de desigualdad regional en forma de U invertida, curva análoga a la curva de Kuznets para la desigualdad en el ingreso individual en distintos niveles de desarrollo en un país determinado. Según Williamson, en las primeras etapas del desarrollo, las diferencias regionales tienden a incrementarse, para empezar a reducirse y tender a desaparecer en etapas posteriores.

El trabajo de autores como Barro y Sala-i-Martin (1995) destaca la idea de una convergencia entre economías o regiones,4 y tiene como punto de partida la existencia de funciones de producción comunes para tales economías o regiones. El uso de las funciones de producción como el elemento a partir del cual se estudia el crecimiento de las economías implica que la idea de convergencia (absoluta o restringida) se refiera a nociones per capita donde el denominador sea la población ocupada (Barro y Sala-i-Martin,1995). Por otro lado, cuando se busca estudiar el crecimiento económico en el largo plazo, la estructura de los modelos analizados exige que el cambio técnico sea neutral en el sentido de Harrod, es decir, que el progreso técnico aumente el producto de la misma forma que lo haría un incremento en el volumen de trabajo utilizado.5 Esta es una restricción increíblemente irreal, dada la naturaleza del cambio técnico realmente existente.6

Desde la óptica neoclásica, pero teniendo como punto de partida un modelo de competencia imperfecta (monopolio) y la existencia de rendimientos a escala creciente, Fujita et al. (1999) presentan un modelo sobre el desarrollo de largo plazo de las grandes metrópolis que explicita un mecanismo por el cual la apertura comercial induce a una disminución de las diferencias regionales en países inicialmente cerrados al libre comercio internacional.7

En resumen, en la lógica neoclásica, el desarrollo económico comparado entre diversas regiones, tarde o temprano conducirá a una situación de convergencia en el ingreso por trabajador ocupado. Lo anterior significa que la noción de equilibrio temporal persiste como un elemento implícito en los análisis neoclásicos de la evolución de las regiones. Esto a pesar de que la contrastación empírica de la hipótesis de convergencia muestre ritmos muy lentos en ese proceso (Martin, 1999). La implicación de tales resultados es que están operando una serie de factores que retrasan la convergencia, mismos que suelen ser considerados como choques ad hoc (Barro y Sala-i-Martin, 1995).

Del trabajo de autores como Veblen (1919), Myrdal (1957) y Kaldor (1970) surge una alternativa analítica que enfatiza el proceso constante de desequilibrio dentro del cual se mueven muchos fenómenos económicos. El llamado principio de la causalidad acumulada (cummulative causation), propuesto por estos autores, destaca la existencia de factores que se retroalimentan en formas desestabilizadoras en todo proceso social. Así, la esfera de lo económico está afectada por costumbres, instituciones y fuerzas sociales que interactúan en forma sistemática. El cambio económico es visto como un fenómeno de carácter endógeno al sistema, y con una evolución a lo largo del tiempo que no puede predecirse sólo por mera extrapolación del pasado, sino como el resultado contradictorio y complejo de fuerzas que actuaron en el pasado, de pequeños incidentes y de fuerzas institucionales que, al tener una historia particular, dan como resultado una consecuencia no esperada en el ámbito de la economía. Así, las condiciones iniciales, la historia y el juego combinado de factores de corte político, social, institucional, cultural y económico, explican los procesos económicos y su desenlace (Myrdal, 1957). El principio de la causalidad acumulada destaca el carácter inestable de todos los procesos económicos, el rejuego mutuo entre factores sociales y económicos y la importancia de los procesos de corto plazo y la velocidad de ajuste de estos, como elementos que explican la evolución de largo plazo de las economías. En el terreno del desarrollo regional, Myrdal (1957) nos recuerda que las desigualdades entre regiones tienden a perpetuarse. Unas cuantas regiones crecen y se desarrollan, por la combinación de factores históricos,geográficos e institucionales, mientras que otras pasan largos periodos donde la combinación de factores restrictivos que se retroalimentan da como resultado el estancamiento o el atraso económico. Las economías de escala (que se suponen crecientes) y las de aglomeración son un elemento que lleva a la concentración de capitales y fuerza de trabajo, que se mueven hacia regiones específicas, en detrimento de otras zonas de cada país. De esta forma, las tendencias al crecimiento (o al declive) suelen retroalimentarse, en ausencia de políticas gubernamentales correctivas (Myrdal, 1957). En palabras de Kaldor (1978), tanto el éxito como el fracaso económico tienen resultados que se autorefuerzan.

Uno de los rasgos más distintivos de México es la marcada heterogeneidad regional, no sólo desde el punto de vista geográfico, sino también desde la óptica social y económica. Este hecho no es nuevo, se manifiesta desde tiempos anteriores a la Conquista (Duverger, 2000).Appendini et al. (1972) muestran evidencias de que las disparidades regionales existentes en el porfiriato se mantienen, en forma relativamente constante, hasta la década de los sesenta. Por su parte, Leimone (1973) demuestra que las diferencias regionales entre 1895 y 1960 en cuanto a producto per capita se agudizaron. Ambos estudios resaltan la concentración tradicional de las actividades económicas, en especial la industria manufacturera en el centro del país. Leimone señaló la presencia de elementos que indicaban un crecimiento potencial de la manufactura en zonas distintas a las tradicionales. Es decir, antes de la crisis de reestructuración de los años ochenta, ya existían evidencias de cambios en los patrones tradicionales de concentración regional de las actividades económicas, en especial de la manufactura.

Hay que recordar que el programa de maquiladoras da inicio en 1964, como un elemento de apoyo económico a las zonas fronterizas (Wilson, 1993). A la larga, el papel de la maquiladora habría de ser el de un elemento para modificar los centros de gravitación regional del crecimiento. Es importante señalar que, en sentido estricto, la maquila no es una actividad exportadora. Cualquier exportación dejaría al país un monto de divisas igual al valor del producto comerciado. De la misma manera, una importación implicaría el pago en divisas del valor del producto que se está trayendo al país. Ninguna de estas dos cosas ocurre en el caso de la industria maquiladora. Lo que México obtiene por este tipo de actividades es el valor agregado en el proceso productivo que se lleva a cabo en el territorio nacional. Una consecuencia inmediata de esta observación es que tanto el valor como el volumen de las exportaciones reportadas en la estadística oficial están sobreestimados.

A partir de la crisis de 1982, los cambios en la demanda y la apertura comercial tuvieron efectos negativos sobre la generación de empleo en las actividades productivas (Rendón y Salas, 1996). En especial, el dinamismo del conjunto del sector manufacturero se vio frenado, y su recuperación parcial se debe al impacto de las actividades maquiladoras y de las de exportación. Por otro lado, la mayor creación de empleos se observa en los sectores de comercio y servicios, lo que expresa el cambio en los sectores que apuntalan el crecimiento económico en los años recientes. Sin embargo, destaca la precariedad de muchas de las unidades del sector terciario, cuyo tamaño promedio es de tres trabajadores por unidad. El proceso de terciarización ya apuntado por muchos autores (López, 1999) se ha profundizado, como se verá en el apartado siguiente.

 

Evolución de las actividades económicas por regiones8

La dinámica general

Producto interno bruto por estado y zona geoeconómica

La conducta global del PIB entre los años 1980 y 2000 se puede dividir en tres periodos (gráfica 1). El primero, 1980-1988, estuvo marcado por una fuerte tendencia al estancamiento. Dos recesiones y un crecimiento promedio del 1.6% anual son el resultado inicial del tránsito del modelo centrado en el mercado interno al modelo de economía abierta que está en vigencia actualmente (Nadal, 2001; Calva, 2000). El siguiente, 1988-1994, estuvo caracterizado por un repunte de la actividad económica, con una conducta de típico ciclo de negocios, cuya fase de desaceleración se vio interrumpida por el breve auge artificial de 1994. La crisis de fines de 1994, se tradujo en un importante retroceso para el conjunto de la economía (Blecker, 1996), y a pesar de que el crecimiento se recuperó en 1996, éste sigue siendo inestable.

Las regiones del norte, centro y occidente del país no experimentaron el periodo recesivo (1980-1988) de la misma forma que el resto del país. Mientras que la actividad económica en las regiones del sur, el golfo y la zona capital permaneció prácticamente estancada, las regiones del norte crecieron a tasas modestas de 3% cada año (con excepción de la región noreste, cuya tasa fue de sólo 2.1%). El periodo de lento crecimiento general no es sino el reflejo de un proceso agudo de diferenciación regional, en el que las regiones tradicionalmente más pobres, así como el centro del país y la región del golfo, se estancan, mientras que en el norte y occidente del país la economía creció lentamente. La crisis económica y la contracción de la demanda interna afectaron mucho más fuerte a los estados con menor vinculación comercial hacia el exterior y con mercados internos más frágiles.

Después de la primera fase del proceso de apertura comercial, y al comenzar a recuperarse la economía, la dinámica de crecimiento regional reprodujo, en lo general, ese patrón diferenciado. Los estados del norte mantuvieron su ritmo de crecimiento, incluso esta vez la región norte centro. Las regiones centrales (centro y zona capital) también crecieron ligeramente por encima de la media nacional durante este periodo. Sólo la región del occidente creció a un ritmo ligeramente menor que en el periodo anterior. Las regiones golfo, pacífico sur y peninsular recuperaron parte de su actividad, aunque se rezagaron de la dinámica general. Considerando las casi dos décadas (1980-1998), el modesto crecimiento de la economía mexicana se apoyó sobre todo en los estados del centro y norte del país, mientras que las zonas capital (que sigue representando una tercera parte de la economía), del golfo y sur perdieron importancia relativa.

La principal característica de la dinámica del producto en México en estos 18 años es el pronunciado proceso de terciarización de las actividades económicas (López, 1999).Hay que señalar que hacia el final del periodo de estancamiento (1988) el sector manufacturero había fortalecido su presencia dentro del PIB, pues su participación creció en todas las regiones, con excepción de la región pacífico sur. Esto ocurrió de forma más pronunciada en los estados del norte, que crecen más rápidamente en el periodo, pero también en aquellas entidades donde la producción minera era más importante.

Después de 1988, el sector manufacturero se contrae en todas las regiones con respecto al resto de los sectores, en la mayoría de los casos a un nivel menor que el que tenía en 1980 (tal es el caso de las regiones noreste, occidente, centro, peninsular y la zona capital), no sólo por la recuperación relativa de los sectores de infraestructura, sino, sobre todo, por el crecimiento continuo del sector terciario.

Los sectores comercial y de servicios aumentan su participación en el PIB regional y nacional de forma sostenida durante ambos periodos, se acelera su crecimiento en los últimos 10 años. Entre 1980 y 1988, es en los estados de más lento crecimiento donde el aumento relativo en el peso de las actividades terciarias es más importante (golfo, pacífico sur y peninsular), dada la participación tan baja de esos sectores en el año inicial. Sin duda, el desarrollo de polos turísticos en las regiones peninsular y pacífico sur explican en buena medida el aumento explosivo de su sector terciario. Ambas regiones duplicaron su participación en el PIB nacional del sector comercio, restaurantes y hoteles entre 1980 y 1988.

El periodo de estancamiento (1980-88) está marcado por una importante reestructuración sectorial dentro de las regiones (cuadro 2). A consecuencia de la fuerte caída en los sectores agropecuario, minero, construcción y en los servicios financieros, las actividades manufactureras y comerciales (incluso restaurantes y hoteles) tienden a aumentar su participación en el producto de casi todas las regiones. Este comportamiento es particularmente importante, en primer lugar, en las tres regiones fronterizas del norte y en las regiones centro y golfo, en donde las manufacturas aumentan su importancia; y en segundo lugar, en las regiones golfo, peninsular y pacífico sur, en donde las actividades de comercio, restaurantes y hoteles ganaron presencia dentro del producto regional (en respuesta casi proporcional a la caída del valor de la producción minera, debido al desplome de los precios del petróleo).

Durante el periodo subsiguiente, 1988-98,las regiones occidente, golfo y peninsular perdieron importancia en la participación del PIB nacional, en favor del resto de las regiones. La zona capital redujo su participación en todas las actividades económicas (con excepción de la agricultura y la minería), mientras que en el golfo y occidente hubo cierto dinamismo en los sectores de infraestructura (construcción y electricidad) y en los servicios financieros. La reestructuración sectorial dentro de las regiones, aunque resulta moderada con respecto al periodo anterior y mantiene algunas de sus tendencias, presenta también diferencias fundamentales.

Un hecho general del periodo 1988-98 es que dentro de las regiones, los sectores productivos (agropecuario, minería y manufacturas) y las actividades de comercio, restaurantes y hoteles pierden importancia frente a los sectores de infraestructura y los otros sectores de servicios. Las dos excepciones notables a este comportamiento son, en primer lugar, la región noroeste, en donde las manufacturas ganaron importancia con respecto a los demás sectores, aunque lo hicieron de forma más lenta que los servicios financieros y los otros servicios. En segundo lugar, la región peninsular, en la que el impacto del turismo impulsó un muy considerable crecimiento del sector de comercio, restaurantes y hoteles. En el resto de las regiones, la participación dentro del PIB regional de los sectores de servicios financieros y otros servicios (personales, comunales y sociales) creció mucho más rápido que en cualquier otra actividad económica. Dos de los sectores de infraestructura (electricidad, gas y agua, y transportes y comunicaciones) mantuvieron la tendencia a aumentar en el producto regional (a velocidades parecidas a las del periodo anterior), pero a estos se sumó en este segundo periodo el crecimiento relativo del sector de la construcción, que había permanecido colapsado después de 1980.

El proceso de terciarización de largo plazo, entonces, está matizado por la creciente importancia de las manufacturas en los estados fronterizos (asociado al impulso sostenido de las industrias maquiladoras) y en las regiones del centro y centro norte (en donde se impuso el crecimiento, también de largo plazo, de la industria automotriz, y de la industria textil desde mediados de los noventa).

Distribución regional de la inversión extranjera directa

El 90% de los flujos de IED que entraron al país después de la firma del TLCAN se dirigieron a la región capital y a las regiones ubicadas en la frontera norte. Las zonas golfo y pacífico sur destacan por los bajísimos niveles de inversión extranjera: en cinco años reciben solamente casi 100 millones de dólares.

Al examinar cómo se distribuye la IED por estados, se observa una concentración aun mayor. Tan sólo cinco estados de la República (D. F. ,N u evo León, Baja California, Chihuahua y México) recibieron el 85% de la IED total entre 1994 y 1999 (los porcentajes del total de flujos externos que recibieron fue de 57.1, 9.7, 6.7, 6.0 y 4.7%, respectivamente). En contrapartida, Chiapas, Oaxaca, Tabasco y Campeche son estados que prácticamente no reciben IED; Guerrero,Yucatán y Quintana Roo concentran casi toda la IED que se recibe en las regiones pacífico sur y peninsular, debido al desarrollo de importantes centros turísticos en esas entidades.9

Cuando se distinguen los periodos 1994-96 y 1997-99 es posible observar dos tendencias importantes. La primera es la menor importancia relativa del Distrito Federal como polo dominante de atracción de IED, pues su participación se reduce del 63.6% al 50%. La segunda es que los estados de Nuevo León, Baja California, Chihuahua, y en menor medida Jalisco, aumentan de manera notable su nivel de atracción de flujos de inversión extranjera. Lo que aparece como un proceso de desconcentración de la IED a lo largo del país, fuertemente sesgado por el comportamiento del Distrito Federal, es al mismo tiempo un proceso, también fuertemente concentrado, de consolidación de nuevos focos de atracción (la desviación estándar entre los montos porcentuales de captación de IED para las 32 entidades pasa de 12 a 9% si consideramos el D. F. y de 1.9 a 3% si lo excluimos).

La dinámica regional del empleo

Paralelo al cambio en la estructura regional de las actividades económicas, el empleo sufrió importantes transformaciones en los años 80 y 90. Para analizar las variaciones ocurridas en la estructura del empleo, por sectores y regiones, distinguimos entre actividades agropecuarias y no agropecuarias. La temporalidad y naturaleza diferente de las fuentes estadísticas para el estudio de unas y otras actividades hacen necesaria esta separación.

En este apartado, la fuente básica de información son los censos económicos. Por su propia naturaleza, los censos no proporcionan datos relativos a las actividades que se llevan a cabo en la vía pública.Además, aun cuando la cobertura del universo de las pequeñas unidades ha mejorado, no es completamente satisfactoria.10

A pesar de esas limitaciones, la información censal es la única que permite hacer estudios de unidades económicas fijas en los más diversos grados de desagregación geográfica.11 Por lo anterior, la estadística censal resulta el mejor instrumento disponible para estudiar el empleo a nivel regional.

La posibilidad de extender el análisis de las cifras censales hasta 1998, implicó modificar levemente la cobertura de la regiones centro y centro norte. En las cifras que se manejan en esta sección, la primera no incluye el estado de Guanajuato, mientras que la segunda sí lo incluye. Esto sesga levemente los resultados absolutos, pero no modifica las tendencias ni los resultados relativos.

Actividades agropecuarias

Entre 1970 y 1990, el monto de personas que declararon tener su principal ocupación en la agricultura se mantuvo casi constante, según las cifras de los censos de población correspondientes. En este periodo, el contingente de asalariados muestra una leve caída, la cual se compensa por un moderado incremento del empleo no asalariado. Tal incremento es atribuible principalmente a los trabajadores autónomos, ya que los familiares no remunerados están poco representados en esta fuente. Los censos agropecuarios correspondientes a las mismas fechas muestran un crecimiento medio anual del orden del 2%, lo cual se traduce en un aumento del 40% en el número de personas ocupadas en la agricultura. La diferencia de cifras surge del hecho de que los censos agropecuarios captan mejor las ocupaciones no asalariadas. A lo largo de los veinte años examinados, las ocupaciones no asalariadas registran un crecimiento del 63%, mientras que las ocupaciones asalariadas permanentes y eventuales reportan decrementos de 1.5% y 20%, respectivamente. No se debe olvidar que los censos agropecuarios tienden a sobrestimar el empleo, sobre todo en el caso de las personas que ayudan en el predio familiar sin recibir pago; además, no es posible separar a estos trabajadores de los jefes del predio (trabajadores autónomos).

Por lo que respecta al empleo asalariado en este sector, los resultados de las dos fuentes mencionadas indican que el cambio de cultivos operado en esos veinte años y la creciente mecanización de la agricultura empresarial, han ido eliminando puestos de trabajo.

Para examinar lo ocurrido en la década de los noventa, se recurrió a la Encuesta Nacional de Empleo (ENE). De acuerdo con las encuestas correspondientes a 1991 y 1998, se observa un leve aumento en el número de trabajadores asalariados en actividades agropecuarias, a la vez que un cierto aumento de los no asalariados (en su mayoría familiares sin pago). El cociente de trabajo asalariado/trabajo no asalariado disminuye en ese periodo, ya que la tasa de crecimiento de las ocupaciones no asalariadas es mucho mayor que la registrada en las ocupaciones asalariadas.

Estos resultados recientes parecerían dar cuenta del efecto que la apertura comercial y la política crediticia adversa están teniendo sobre la capacidad de absorción de fuerza de trabajo de la agricultura nacional, ya que ha ocurrido un leve proceso de expulsión. Así, entre 1991 y 1998, el sector agropecuario perdió 370 mil personas, aproximadamente.

El cuadro que viene en seguida muestra, con cifras de los censos agropecuarios de 1970 y 1990, cuáles fueron los cambios de distribución regional de la población dedicada a la agricultura.

En esos 20 años, el incremento de la fuerza de trabajo no asalariada ocupada en actividades agropecuarias se generalizó a todas las regiones. En seis de ellas, se registró una baja en el volumen de trabajo asalariado (noroeste, noreste, occidente, pacífico sur y la región peninsular). Sólo en la región noroeste, la pérdida de empleos asalariados superó al incremento del contingente no asalariado. Por consecuencia, el sector mostró en esta región una importante caída en el monto de población ocupada. Esta región es precisamente la región moderna con mayor predominancia de agricultura empresarial, y una de las más importantes de agricultura para la exportación. Las regiones centro y golfo fueron las únicas donde las ocupaciones asalariadas registraron un incremento. Ambas concentran el 50% de la fuerza de trabajo no asalariada y el 54% de la fuerza de trabajo no asalariada eventual.

La única fuente reciente disponible a nivel regional sobre la estructura del empleo es la ENE.A partir de las cifras de 1998, se puede reconstruir un panorama interesante de la composición del empleo agropecuario.

En primer lugar, una comparación general de la estructura regional a partir de las cifras del Censo Agropecuario de 1990 y la Encuesta Nacional de Empleo de 1998 muestra una sorprendente constancia de la situación relativa de cada región,12 en cuanto a la importancia que éstas tienen en el empleo agropecuario nacional (cuadro 5). La región pacífico sur resulta ser la que contiene la mayor proporción del empleo agropecuario nacional, mientras que la región noreste es la que contribuye con el menor volumen de empleo agrícola al total nacional.

Considerando el cuadro como una guía de las tendencias, destaca la importancia que adquiere la región noroeste en la actividad agropecuaria nacional. En contraste, se observa también una pérdida en el volumen relativo de empleo agropecuario en la zona centro (que en esta comparación incluye también a la zona del D. F. y el Estado de México).

Restringiendo el análisis a las cifras de la ENE, destaca en primer lugar la estructura por tamaño de las unidades agropecuarias (cuadro 6). A nivel nacional, poco más del 83% del empleo está concentrado en unidades con menos de seis personas ocupadas.

Destaca sobremanera la modernidad de la agricultura en el noroeste; en ella, el 53% del empleo agropecuario se concentra en unidades con más de 15 trabajadores. De hecho, es la región que concentra el mayor volumen y proporción de trabajadores en unidades grandes. Al evidenciar el estrecho nexo entre tamaño de la unidad productora y el nivel de modernidad tecnológica de la actividad, resulta clara la importancia de la agricultura empresarial en esa región (Schwentesius et al.,1998).

En contraste, las cifras de la región pacífico sur muestran las condiciones precarias de su actividad agropecuaria. Según se aprecia en la gráfica 2, esta región es donde se puede observar el mayor porcentaje de microunidades de producción agropecuaria, seguida de la zona capital y de la región peninsular, la cual adicionalmente tiene el mayor porcentaje de unidades de una sola persona. El resto de las regiones tiene una estructura de personal ocupado por unidad productora que es relativamente semejante, tal como puede verse en el cuadro 6.

Sectores no agropecuarios

Inicialmente, se examina la evolución del empleo en el periodo 1980-1993, a partir de los resultados de los censos económicos correspondientes al comercio, las manufacturas y los servicios. Enseguida, se analiza en forma somera la evolución durante 1993-1998. Entre 1980 y 1993, el número de puestos de trabajo en unidades fijas de los sectores no agropecuarios aumentó en 4.25 millones de personas (cuadro 7). El trabajo no asalariado creció a mayor velocidad que el asalariado, lo que trajo consigo una baja en la proporción del empleo asalariado en el total de establecimientos, siendo este proceso una clara evidencia de la precarización del trabajo.

En ese periodo, únicamente el 24% de los nuevos puestos de trabajo provino de las actividades manufactureras, lo que demuestra el menor dinamismo de la manufactura en la creación de puestos de trabajo. Nótese que una parte importante (40%) de los puestos de trabajo asalariado creados en el sector manufacturero corresponden a empleos en las maquiladoras. El restante 76% fue creado en el sector terciario, con una mayor contribución de los servicios que del comercio. Para 1993, el tamaño medio de los establecimientos de la manufactura era de 11.93 trabajadores; en el comercio era de 2.46, mientras que en los servicios era de 3.76 trabajadores. En cada uno de estos sectores, más de 25% de los nuevos empleos fueron creados en unidades de menos de cinco trabajadores retribuidos.

Las cifras del cuadro 8 muestran que en el periodo 1993-1998 hay, en general, una disminución del tamaño medio de los establecimientos, lo cual implica un crecimiento de las pequeñas unidades, que expresa peores condiciones en el empleo. Como se verá más adelante, las pequeñas unidades concentran una proporción significativa del empleo no asalariado y las condiciones de retribución al trabajo son inferiores a las existentes en las empresas de mayor tamaño. Las cifras para 1998 también exhiben una mayor polarización en la estructura económica, misma que se manifiesta no sólo entre sectores, sino también entre regiones.

El cuadro 9 resume, en forma muy visible, las grandes transformaciones de la economía mexicana en el nivel regional, ocurridas entre 1980 y 1998. Uno de los resultados más destacados es la pérdida relativa de la importancia de la región capital. En ese periodo muchas unidades se cierran en esta región para trasladarse después a otros sitios. En el caso particular de la manufactura, destaca el crecimiento de las regiones centro norte, norte y noroeste.También es importante destacar la pérdida de importancia relativa de la manufactura concentrada en la región golfo. El examen más detallado de la evolución de las regiones en ese periodo exige un estudio de la especialización ocupacional de cada una de ellas. A esta tarea se destina el siguiente apartado.

Estructura por tamaño de establecimiento y proporción de trabajo asalariado

No obstante el aumento en el volumen de empleo, se abre la interrogante sobre las características de los empleos que se han creado, sobre todo, en el último decenio. Para responder a esta pregunta ahora se examinan cifras de la ENE 1998, a nivel regional.

Las evidencias disponibles mediante las encuestas de empleo muestran que una parte importante del empleo generado en los últimos años se ubica en actividades de muy pequeña escala. A nivel nacional esta proporción es del 56% de la fuerza de trabajo, considerando el sector agropecuario.

En cada una de las regiones hay conductas diferenciadas. La región noreste es la más atípica, ya que en ella los establecimientos de la manufactura son, en su gran mayoría, grandes. En contraste, las actividades de manufactura en las regiones peninsular y pacífico sur son de muy pequeña escala. Una consecuencia adicional del tamaño medio de los establecimientos en la región pacífico sur es que la proporción de trabajo asalariado está muy por debajo de la media nacional que es, como ya se señaló, de 56%, ya que se ubica en 37% de la fuerza de trabajo.

Existe una asociación directa entre el nivel de remuneración promedio y el tamaño medio de los establecimientos, de manera que esta estructura por tamaños de las unidades productivas muestra evidencias indirectas de la distribución desigual del pago al trabajo.

Los datos del cuadro 10 indican la asociación entre el tamaño medio de las unidades económicas de cada región y la proporción de trabajo asalariado dentro del empleo total. Este elemento adicional permite hablar de una concentración de empleo en actividades precarias, ya que las condiciones de trabajo y remuneración de las unidades más pequeñas son, en general, inferiores a las que se observan en las medianas y grandes unidades. Desafortunadamente, las cifras de la Encuesta Nacional de Micronegocios no se pueden desagregar a nivel de región, debido al reducido tamaño de la muestra que resultaría para cada una de las regiones. Esto limita el análisis de las características más detalladas de los microestablecimientos. Sin embargo, la ENE permite distinguir una mayor presencia de actividades terciarias de menor tamaño en las regiones golfo, occidente, peninsular y pacífico sur que en otras zonas del país. Como se verá en la siguiente sección, este elemento explica la conducta de los índices de especialización del empleo de esas regiones, ya que su estructura industrial es o muy reducida, o está concentrada en algunas pocas actividades de manufactura.

Del cuadro 10, también se deriva otro resultado muy importante, que es la división tajante entre la distribución por tamaño de los establecimientos de las regiones fronterizas del norte del país y la correspondiente a las regiones peninsular y pacífico sur. Esta separación también se expresa en términos del porcentaje de trabajo asalariado en ambas agrupaciones regionales. En este sentido, la notable diferencia que presenta la zona peninsular respecto del pacífico sur se explica por la presencia de actividades turísticas de gran importancia en la península de Yucatán.

 

Cambios en la estructura regional

Especialización productiva de las regiones13

Habida cuenta de que las regiones de un país típicamente se especializan en diferentes actividades, en lo que sigue se utilizará un indicador, proveniente del campo de los estudios regionales, que permite esbozar el grado de especialización o de dispersión productiva que existe entre actividades económicas (BendavidVal, 1991).

Los índices de especialización para las diez regiones que se analizan en este texto se encuentran en un apéndice que se puede solicitar a los autores. Del análisis de esas cifras, se deriva el cuadro 11 que resume la especialización del empleo en cada región.

Un hecho que destaca es la diversidad de actividades de manufactura que se lleva a cabo en el conjunto de las regiones del norte del país. En especial resalta el aporte de la región noreste. En este resultado influye fuertemente la presencia de actividades de la industria maquiladora.

En el cuadro, resalta la importancia que tienen las actividades terciarias en todas y cada una de las regiones. De hecho, en las regiones peninsular y pacífico sur la escasa relevancia de la industria manufacturera se ve compensada por las actividades de servicios, en especial los turísticos. En contraste, la actividad manufacturera se concentra cada vez más en el norte del país. Una explicación parcial de este aumento de la importancia relativa de las manufacturas en la zona norte se encuentra en el papel fundamental que ha jugado la maquila en cuanto a creación de empleos. A partir de las cifras censales, se puede demostrar que la rama 38, productos metálicos, maquinaria y equipo; la rama 32, textiles, prendas de vestir e industria del cuero, así como la rama 31, productos alimenticios, bebidas y tabaco, son las actividades que más contribuyeron a la creación de empleo entre 1980 y 1998. De hecho, una parte importante de este aumento en el empleo ocurre en especial entre 1988 y 1998. La explicación de este fenómeno reside en parte en la puesta en marcha del Tratado de Libre Comercio de América del Norte. En lo que respecta a la industria textil y vestido, con el TLCAN, México enfrentó la oportunidad de enviar a Estados Unidos productos textiles y prendas de vestir sin pago de aranceles, lo cual lo puso en una situación ventajosa frente a otros países de América Central y el Caribe, ya que esas mercancías no son elegibles para la eliminación de gravámenes mediante el Sistema Generalizado de Preferencias o la Iniciativa de la Cuenca del Caribe.

Así, a partir de 1994, hay un cambio en la proporción de prendas de vestir que entran de México a los Estados Unidos por la vía del rubro "807", lo que es evidencia de que una parte de las exportaciones mexicanas de prendas de vestir ha utilizado los resultados del TLC. Paralelamente, el grupo de países con mayor presencia en las entradas de ropa de los Estados Unidos, vía el rubro "807", es justamente el de la Iniciativa de la Cuenca del Caribe.

En general, el examen de los cambios en la especialización ocupacional entre 1980 y 1998 muestra la transformación relativa de las actividades económicas en cada una de las regiones estudiadas. Sin embargo, una completa apreciación de las razones detrás de los cambios en los índices sólo se puede lograr si se analizan los componentes de dicho cambio. Para ese fin, en la próxima sección se presentan los resultados de un ejercicio shift and share.

Análisis de cambio y participación

Con el fin de examinar las diferencias en las tendencias de largo plazo en la estructura regional de empleo, y los efectos del patrón de especialización sectorial en cada región del país durante las últimas dos décadas, aplicamos la técnica de análisis de "cambio y participación" con base en las cifras censales para el volumen de ocupación en los sectores manufacturero, comercial y de servicios.14

En general, podemos afirmar que las transformaciones en la estructura del empleo son menos agudas que las que se presentan en la reestructuración de la actividad productiva en términos del valor agregado.

La razón es que, en este caso, la variable de interés es el volumen de personas ocupadas. Esta cifra incluye el crecimiento explosivo de actividades de carácter precario característica del periodo (es decir, el aumento de la ocupación en pequeñas unidades con bajo nivel de remuneración, que representan opciones de supervivencia económica más que de acumulación de carácter capitalista) y las actividades en el sector asalariado y con unidades de mayor tamaño de la economía. Por tanto, la imagen de generación de empleo que surge de este análisis expresa a la vez el resultado del dinamismo de actividades económicas en emergencia y la realización de opciones de empleo cuyo carácter se aproxima a las actividades de supervivencia. Hay que recordar que una parte importante de las actividades de menor escala no están incluidas en las cifras censales, debido a dos razones. La primera ya ha sido referida anteriormente y es la escasa cobertura censal de las unidades fijas más pequeñas. La segunda es que todas las actividades que se llevan a cabo sin local o fuera de establecimientos fijos no forman parte del universo censal. Esto significa que los resultados del ejercicio permiten aproximarse al fenómeno del cambio en la distribución del empleo entre regiones y entre actividades económicas,pero un análisis más profundo necesita de información estadística que sólo es captada por encuestas como la Nacional de Empleo.

Al comparar el periodo posterior a la consolidación de la apertura comercial, 1988-1998, con el periodo anterior 1980-1988, es visible que el proceso de reestructuración regional de las oportunidades de empleo fue más violento durante el lapso de estancamiento económico que después de la etapa de recuperación que se inició en 1988. El patrón de generación del empleo total permanece constante en lo general en ambos periodos, si bien con algunas diferencias que serán especificadas más adelante. El efecto total en el periodo 1980-1988 es positivo para todas las regiones con excepción de la zona capital, que es claramente el área rezagada con respecto a la dinámica nacional. En particular, son las regiones norte, centro norte y noroeste las que resultan áreas de generación de empleo más dinámicas en el primer periodo, seguidas de las regiones pacífico sur, golfo y peninsular.

Es relevante que el efecto diferencial (es decir, el comportamiento específico de la evolución del empleo en cada sector en el ámbito de las regiones) resulte determinante en mucho mayor medida que el efecto proporcional en el periodo 1980-1988, lo que sugiere que las características internas de las regiones se impusieron sobre la dinámica sectorial a escala nacional. Aun cuando ciertas regiones (noreste, golfo y centro) presentan desventajas en la especialización regional por sector, reveladas por efectos proporcionales negativos, el efecto diferencial en esas regiones resultó dominante, generando efectos totales positivos.15

En el periodo 1988-1998 las diferencias regionales en la generación de empleo se suavizan con respecto a la etapa anterior, revelando, sin embargo, dinámicas particulares. La zona capital vuelve a ser la gran perdedora con respecto al resto del país, seguida, aunque en mucho menor proporción, por las regiones golfo y noreste. El resto de las regiones presentan cambios totales positivos, de modo predominante en las zonas centro norte, centro y noroeste. Estos cambios reflejan tanto la emergencia de actividades dinámicas en la zona fronteriza como el desplazamiento de actividades industriales y comerciales de la zona capital hacia sus zonas circundantes (particularmente la región centro). Hay que notar que el cambio total de las regiones norte, centro y centro norte es positivo a pesar de que la composición sectorial de estas regiones no coincide exactamente con la de los sectores más dinámicos (pues el efecto proporcional es negativo), sino que es la dinámica regional la que se impone.

Dada la diferencia en la dinámica de la generación de empleo entre los sectores manufacturero, comercial y de servicios, se requiere analizar la estructura del empleo de los sectores secundario y terciario. El resultado es que aparecen cuatro tendencias definidas, en cuanto a la redistribución regional del empleo en la manufactura.

La primera resulta del desplome de la capacidad de generación de empleo en las manufacturas de la zona capital, que es constante en ambos periodos; la segunda, corresponde al surgimiento de nuevas actividades industriales en las regiones al norte del país (norte, noroeste y centro norte), particularmente influidas por el crecimiento de las actividades maquiladoras y por el desplazamiento de una buena parte de la planta industrial hacia las zonas septentrionales. Este segundo proceso continúa después de 1988, pero ahora secundado, si bien en menor grado, por la región centro. El empleo en las regiones noreste y occidente, áreas de concentración manufacturera que gravitan alrededor de centros industriales tradicionales (Guadalajara y Monterrey), aumenta de manera moderada y constante en ambos periodos. Finalmente, las regiones peninsular y pacífico sur, que tienen una participación marginal en el empleo en el sector manufacturero, aumentan sólo ligeramente su capacidad de generación de puestos de trabajo, partiendo de niveles de actividad extremadamente reducidos en este sector.

Respecto de la manera en que se distribuye el empleo en el sector terciario, encontramos un patrón diferente, y con un grado de diferenciación menor que puede explicarse por dos conjuntos de factores. En primer lugar, y a diferencia del sector manufacturero, el sector terciario proporciona una mayor flexibilidad en las opciones de empleo, dada su diversidad y facilidad de acceso aun en condiciones de dinamismo económico limitado. En segundo lugar, este sector produce bienes no comerciables, por lo que su reacción al proceso de apertura es mínima y en todo caso indirecta, dependiente del nivel de actividad económica local. La redistribución regional del empleo en el sector terciario sigue de manera relativamente cercana a la redistribución de las áreas dinámicas de los sectores productivos, aunque con un grado de independencia importante. Esta diferencia se revela en que el efecto proporcional, el que depende del ritmo de crecimiento del empleo en los sectores en el nivel nacional, es insignificante en la mayoría de los casos, y responde sobre todo a la dinámica local de la actividad.

El rezago en la generación del empleo en el sector terciario en la zona capital, si bien es constante a lo largo de ambos periodos, parece disminuir en el segundo. Esto ocurre en especial por el crecimiento del empleo en los sectores de comercio al por mayor y de los servicios financieros. En las regiones Norte, Noroeste y Noreste, dada su especialización en el sector manufacturero y la relativamente reducida importancia del sector terciario, el crecimiento superior a la media nacional durante 1980-1988, se convierte en un rezago en el periodo posterior a la apertura. El atraso de la región golfo en el segundo periodo parece seguir el mismo patrón que en el caso del empleo manufacturero, lo que habla de una disminución generalizada del nivel de actividad económica en el área. Por otro lado, las regiones centrales (centro y centro norte), aparecen como núcleos relativamente más dinámicos en la generación de empleo en el sector terciario, a pesar del efecto ligeramente negativo en la composición por subsectores (en estas dos regiones se presentan los únicos niveles relativamente significativos de cambio proporcional), confirmando el proceso de descentralización del área metropolitana de la ciudad de México hacia sus alrededores. En las regiones meridionales (pacífico sur y peninsular), el efecto total es importante durante el periodo 19801988, muy probablemente como resultado de la baja presencia del sector industrial en esas zonas, y ligeramente positivo en el segundo periodo.

Recapitulando, podemos afirmar que la redistribución regional de la capacidad de generar puestos de trabajo es mucho más pronunciada en el periodo 1980-1988, donde se afirman las tendencias fundamentales de largo plazo, que en la fase posterior a la consolidación del proceso de desregulación de la economía. Este resultado, sin embargo oculta un proceso de especialización y reestructuración sectorial dentro de las regiones mucho más marcado en el sector manufacturero en el periodo 1988-1998, que se desdibuja debido al crecimiento relativamente mayor del empleo durante este último lapso.

Cambio y participación por regiones y división

El cuadro 15 presenta las divisiones más importantes en cuanto a la generación de empleo de cada región, lo que cubre a más del 80% de los puestos de trabajo creados entre 1988 y 1998. Junto a cada región, se señala el efecto dominante en el cambio en la participación del empleo. En este periodo, el 29% de los nuevos empleos se generaron en el sector manufacturero (de los cuales 10% correspondieron a productos metálicos, 9% a la industria textil y 5% a alimentos, bebidas y tabaco). El resultado general es que tanto en el caso de las divisiones más importantes del sector manufacturero como en el sector terciario el efecto total (es decir, el arrastre del crecimiento nacional sobre los sectores en las regiones) fue el dominante en la dinámica de la generación del empleo. Las excepciones a este comportamiento se encontraron sobre todo en la industria textil, en un conjunto pequeño de regiones, y en una sola región para el caso de la división de productos metálicos.

El crecimiento del empleo en la división de productos alimenticios, bebidas y tabaco fue resultado, sobre todo, del arrastre del conjunto de la economía, aunque con una participación relativamente pequeña (6% en promedio en las regiones centro norte, occidente, golfo, pacífico sur, peninsular y la zona capital). La industria textil es uno de los grandes generadores de empleo, si bien con dinámicas diferenciadas por región. En un subconjunto de ellas (centro norte, norte, centro y peninsular), la textil contribuyó con entre el 12 y el 16% de los nuevos puestos de trabajo. De estas sobresalen las norte y peninsular, en donde el efecto dominante fue la especialización regional. En un segundo conjunto (las regiones noroeste, noreste, occidente, pacífico sur y la zona capital), la industria textil contribuyó al crecimiento del empleo en mucho menor medida (6% en promedio), y salvo la región pacífico sur, fue impulsada por el crecimiento nacional.

La división de productos metálicos, maquinaria y equipo es una de las principales fuentes de crecimiento del empleo en las regiones fronterizas del norte (en donde contribuyó con uno de cada cuatro empleos), con regular importancia en las regiones centro norte y occidente. Salvo la región noroeste (en donde el efecto industrial fue el dominante), la división 38 creció impulsada por el efecto generalizado de las industrias que la componen, a nivel nacional.

Como se subrayó en la sección anterior, la mayor parte de los empleos creados durante el periodo a lo largo del país se generaron en el sector terciario, imperando en todas las regiones el efecto nacional. Los establecimientos de comercio al mayoreo contribuyeron con entre 7 y 10% de todos los empleos, mientras que el comercio al menudeo fue de entre 16 y 32%, con una media de 23%. El sector servicios generó en promedio el 39% del empleo.

De ello, se puede concluir que el crecimiento del empleo en las regiones no necesariamente se produce por una mayor especialización de la región, al menos no en su totalidad. De hecho, el mayor crecimiento en el empleo (según lo indica el procedimiento utilizado anteriormente) es consecuencia del efecto general de crecimiento de las regiones. En el caso del sector terciario tenemos que es resultado, primero, del crecimiento de los sectores manufactureros (lo que ocurre en los estados fronterizos,centro norte y centro), y en esa medida es, en efecto, un crecimiento derivado de la especialización regional. En segundo lugar, existen regiones donde el sector terciario crece más bien de manera autónoma, como en el caso de las regiones en las que despuntan los servicios financieros y el turismo, lo que a su vez desata un crecimiento comercial y de servicios adicional. Las tendencias nacionales no resultan marcadas por la especialización regional (por lo menos, no de manera visible con este método), pero toman una forma particular a partir de la estructura regional.

 

Organización industrial y territorio

El proceso de crecimiento industrial reciente es un espejo irrefutable de los efectos de la causalidad acumulativa sobre la base técnica de la producción. Incluso en las ramas de producción más dinámicas y modernas, la influencia de factores estructurales regionales preexistentes es muy notable, ya que la existencia de una fuerza de trabajo abundante, bajos salarios, escasa organización sindical y cercanía geográfica a los Estados Unidos son las condiciones iniciales de establecimiento de las actividades maquiladoras en la frontera norte del país.Tales condiciones iniciales mantienen una fuerte influencia sobre el desarrollo reciente de la manufactura orientada al mercado externo.

Datos como el rápido crecimiento de las exportaciones manufactureras y el aumento del comercio intraindustrial dentro de las ramas productoras de bienes de alta tecnología son el punto de partida de una imagen falsa del desarrollo industrial. Según esta imagen, la presencia de ciertos rubros, formas de organizar y llevar a cabo la producción orientada a los mercados externos, se asume como una adaptación de los procesos productivos típicos de países desarrollados. Un ejemplo son los numerosos estudios que tienen como referente al paradigma de la producción flexible (Contreras, 2000).

En la literatura especializada, el concepto de "nuevo distrito industrial" ocupa una posición de enlace entre los estudios regionales y el paradigma de la producción flexible.16 Esto explica por qué la existencia y profundidad de procesos de producción flexible en México sea también un fenómeno que ha sido ampliamente estudiado (Carrillo, Micheli y Ramírez, 1990; Boon y Mercado, 1990; Casalet y Morales, 1987). En estos trabajos, suele fundamentarse la presencia de procesos de manufactura flexible a partir de la identificación aislada de uno o varios de sus componentes paradigmáticos (como la existencia de círculos de trabajo, la utilización de máquinas de control numérico, los sistemas de entrega justo-a-tiempo entre proveedores y productores finales), validando así la superioridad tecnológica de esas actividades y la efectividad de las políticas económicas que han contribuido a producirlas. En el mejor de los casos, lo anterior conduce a suponer que los límites del proceso de industrialización en México se encuentran ahí donde la organización productiva no alcanza todavía a reproducir los esquemas de la producción flexible. En el extremo opuesto, la presencia incompleta de los nuevos procesos se toma como la prueba de que su adopción íntegra es únicamente una cuestión de tiempo. Nuestro argumento, sin embargo, es que en este caso la evaluación por oposición falla, debido a que repite dos generalizaciones erróneas: primero, al deducir la realidad de formas de organización de la producción a partir de alguno de sus componentes paradigmáticos; y segundo, al suponer que la "manufactura flexible", en sus definiciones de manual, es la configuración industrial que proporciona a una empresa o conjunto de ellas, ventajas absolutas frente a cualquier otra configuración.17

Como ya señalamos antes, el paradigma de la manufactura flexible tiene como correlato regional el concepto clásico de distrito marshalliano. Esta forma de aglomeración típica es una estructura económica dominada por empresas pequeñas o medianas, de propiedad local, entrelazadas en una amplia red de proveedores y productores. Los mercados de trabajo son internos y flexibles y las decisiones de inversiones se ejercen desde el interior de la localidad. En las versiones contemporáneas (al estilo de la región de la Emilia Romagna18 o la "Tercera Italia"), los "conglomerados" o "clusters" de empresas mantienen un intenso intercambio de trabajadores calificados, capacidades tecnológicas e información, lo que les permite compartir riesgos y tecnología, y responder rápidamente a cambios en la demanda (Storper, 1997).

En México, al igual que en el resto del mundo, el desarrollo de los conglomerados industriales ocurre en formas que no corresponden a ese distrito industrial teórico. Markusen et al. (1999) proponen una clasificación de otras formas igualmente, o más, frecuentes de configuración territorial de la industria. Estos modelos corresponden a la forma centro-radial (una estructura dominada por una o varias empresas grandes integradas verticalmente, con proveedores locales de menor tamaño y fuertes vínculos comerciales, financieros y tecnológicos con otras regiones o países), y a la de plataforma de exportación (como un conjunto de empresas filiales relacionadas bilateralmente con la empresa matriz, con muy pocas o nulas vinculaciones locales). La información disponible sobre la densidad de las relaciones interindustriales y el porcentaje de contenido nacional en las ramas industriales de mayor dinamismo en México permite suponer, con gran certidumbre, que estos son los modelos dominantes de configuración espacial a nivel subregional. Más aún, la evolución del sector manufacturero en los últimos 15 años haría pensar no sólo en el aumento en la importancia del segundo tipo de distrito, sino también en la fuga de vínculos nacionales del distrito centro-radial, lo que habría acercado a algunas de esas formas de eslabonamiento entre empresas a parecerse más a los de plataforma de exportación.

La industria automotriz constituye un ejemplo importante del tipo de configuraciones industriales (De la Garza et al., 1998) emergentes en el país. Dos estudios recientes proporcionan información detallada de las relaciones interempresariales en la industria automotriz, en los que resulta evidente el tipo de estructura distrital que impera en las regiones en las que esta industria se localiza. El primero de ellos, referente al complejo productivo de la planta Nissan en Aguascalientes, proporciona cifras sobre los montos de inversión y el personal ocupado de la planta terminal y de sus proveedores. En la gráfica 3, el monto de inversión (en gris claro) y el personal ocupado (en gris oscuro) de las empresas del complejo corresponde al tamaño de los círculos. Las empresas están clasificadas de izquierda a derecha según el orden de magnitud de la inversión. La gráfica 4 presenta la estructura de la inversión por empresas en el complejo automotriz de Ramos Arizpe, en donde, a diferencia de la anterior, son dos las empresas centrales de la industria terminal. Ambas configuraciones o "clusters" de empresas representan un buen ejemplo de "distrito" centro-radial.

Las condiciones laborales imperantes en la manufactura no son un elemento ajeno a estas formas de configuración espacial. El empeoramiento de las condiciones laborales en el "círculo externo" de la planta laboral es un imperativo esencial de la reestructuración espacial, tecnológica y económica de las grandes empresas (Harrison, 1997). La posibilidad de disponer de una base amplia de trabajadores poco calificados, con altas tasas de rotación laboral y de marcos legales que permitan relaciones industriales "flexibles" es, a su vez, una condición de movilidad y capacidad funcional en esas empresas. Tanto las elevadas tasas de rotación como los bajos salarios (ambas características bien documentadas en las empresas maquiladoras y otras empresas manufactureras en México) constituyen frenos al desarrollo de economías internas del tipo presente en los distritos marshallianos.

Las condiciones laborales que hemos referido abundan tanto en las empresas maquiladoras como en empresas manufactureras en todo el país y contradicen la lógica de la manufactura flexible. Y, sin embargo, la presencia simultánea, en la misma planta, de otros elementos del paradigma (como máquinas y herramientas de control numérico, o un grupo de trabajadores altamente calificados o sistemas justo a tiempo) y condiciones laborales inestables y ocupaciones mal remuneradas, no es un signo de que la manufactura flexible "avanza" como forma dominante de producción, sino de que otra configuración se ha impuesto porque ha resultado ser la óptima para esa empresa en su lógica global, al hacer funcional la explotación de fuerza de trabajo barata. No hay entonces contradicción entre la presencia de ciertos rasgos de la manufactura flexible y las configuraciones industriales dominantes en México, que son formas híbridas funcionales y estables (Abo, 1994; Kenney et al., 1998).

La resistencia a la formación de eslabonamientos productivos bajo esas formas centralizadas de configuración espacial, está determinada tanto por las condiciones económicas de los productores locales como por los incentivos de inversión de las empresas centrales. En esta medida, la permanencia de rezagos en los productores locales opera como un factor acumulativo de disparidad y polarización económica, que resulta reforzado por el tipo de configuración espacial dominante.

La forma que adoptan los conglomerados industriales no es, por supuesto, permanente. Estos pueden mutarse con el tiempo, o ser reemplazados por configuraciones nuevas y más dinámicas. El punto que queremos destacar es que en la geografía industrial de México no sólo existen factores que favorecen la permanencia de un patrón de concentración industrial y dispersión espacial, sino que además las fuerzas dominantes del patrón de desarrollo industrial no parecen apuntar en otra dirección.

Al abandonarse las políticas de fomento industrial que buscaban (o forzaban) la articulación interempresarial por medios más directos, y en vista de las rígidas reglas de la política industrial "horizontal", las opciones de impulso al desarrollo manufacturero se han reducido a la política salarial y a la provisión de infraestructura. Por esta razón, el estudio del desarrollo de ciudades, corredores y parques industriales proporciona elementos a considerar en el examen de las diferencias regionales.

En los estados del norte, la localización de nuevas empresas industriales ha tenido una forma relativamente más ordenada, desde el punto de vista territorial, que en el resto del país. Como indicador de la importancia del ordenamiento urbano en la geografía manufacturera, tomamos en consideración la proporción de la fuerza de trabajo que se encuentra ocupada en los establecimientos localizados en parques, ciudades y corredores industriales (PCCI).19 En las regiones noroeste y norte, el porcentaje de la fuerza de trabajo localizada en los establecimientos que pertenecen a un PCCI es de 41.7% y 31.2%, respectivamente. Las ramas más importantes de los establecimientos localizadas en los PCCI en esas dos regiones son las actividades típicas de las empresas maquiladoras: equipo y aparatos eléctricos y electrónicos, artículos de plástico, confección de prendas de vestir y automotriz.

En las otras regiones tradicionalmente industriales del país, la importancia de los PCCI en términos de empleo se reduce de manera notable. En la región occidental (cuyo centro manufacturero es Guadalajara), el 15% de la fuerza laboral trabaja dentro de las zonas de PCCI. En la región noreste (que incluye Monterrey), el porcentaje es de 16.2%, y de 9% en el Estado de México (el D. F. no aparece en el informe sobre los PCCI del último Censo Industrial). En estos polos industriales, más viejos, la especialización industrial de los PCCI es distinta y las estadísticas revelan la presencia de otras industrias como la automotriz, siderúrgica, vidrio, maquinaria, fibras blandas, aunque en el caso de Jalisco son también importantes las industrias electrónica y de artículos de plástico. En otras regiones, como la centro y centro norte, la industria se ha desplegado también con fuerza alrededor de los PCCI (un ejemplo particular lo constituye el caso de Querétaro), con una concentración considerable de la fuerza de trabajo en áreas territoriales ordenadas para el desarrollo industrial.

El alto grado de aglomeración industrial en el caso de los estados del norte sugiere que la localización de una gran cantidad de empresas maquiladoras se ha visto beneficiada por las ventajas que proporcionan los PCCI (como infraestructura moderna,cercanía con vías de comunicación importantes, menores precios de los energéticos, etcétera). Pero, al mismo tiempo, indica que no basta la presencia de economías de aglomeración para crear o profundizar los eslabonamientos industriales (hacia atrás o hacia delante). El hecho de que la utilización de insumos intermedios en las maquiladoras siga siendo casi insignificante, a pesar de la presencia de ordenamientos industriales propicios para aumentar las relaciones entre empresas, significa que existe una gran rigidez en las posibilidades de subcontratación en las cadenas de producción de las ramas dominantes en esas regiones (las industrias electrónica,eléctrica y de autopartes). Como mencionamos antes, los factores acumulados de disparidad y las configuraciones espaciales dominantes tienden a reforzar el crecimiento desigual, aun en la presencia de procesos de reordenamiento territorial (Sobrino, 2000).

 

Conclusiones

En las secciones anteriores mostramos que las disparidades regionales en cuanto a participación en el PIB y en el empleo sectorial no sólo no han disminuido, sino que se incrementaron entre 1980 y 1998.

Entre los cambios profundos de la economía mexicana observables en el nivel regional, resalta la baja en la importancia relativa de la región capital. Durante el periodo examinado, muchas unidades —sobre todo de la manufactura— abandonan la región. La estructura industrial preexistente y la mudanza de establecimientos explican el importante crecimiento de las manufacturas en las regiones centro norte, norte y noroeste. Otro hecho a destacar es la pérdida de importancia relativa de la manufactura concentrada en la región golfo. Autores como Leimone (1973) señalaron, por ejemplo, que desde los años sesenta se inició un proceso de industrialización en la zona centro norte. Esto habla de que las condiciones para una pérdida en la importancia relativa de la región capital estaban dadas desde antes de la apertura comercial. La existencia previa de zonas de concentración de manufacturas, en más de dos regiones del país (zona fronteriza, zona del bajío y en el occidente de México), contradice las hipótesis básicas de los modelos simples centro-periferia de autores como Livas y Krugman (1996).

El avance de las manufacturas que se observa en las regiones fronterizas del país está fuertemente influenciado por las actividades de la industria maquiladora, así como las de empresas cuyo producto se destina, básicamente, a la exportación. Las actividades de la industria maquiladora no dependen del grado de apertura comercial, y de hecho, frente a un proceso de apertura absoluta, dejaría de tener sentido su existencia. Además, a partir de 1982, consolidan su presencia en territorio mexicano, en las áreas de la frontera norte. Por tanto, su mayor importancia como generadoras de empleo que se observa a partir de principios de los años noventa, es el resultado de un proceso de causalidad acumulativa y no consecuencia de la apertura comercial.

Por otra parte, el crecimiento del empleo global en una mayoría absoluta de las regiones examinadas está encabezado por actividades del comercio y los servicios. Así, el proceso de terciarización se ubica como la causa principal de los cambios en la estructura global y regional del empleo.

La manera en que se distribuye la capacidad regional de crear puestos de trabajo es muy distinta en 1980-1988, ya que en esta etapa el empleo del sector terciario es el que crece en forma acelerada respecto del empleo en manufacturas. En el periodo 19881998 hay, en cambio, un proceso profundo de especialización y reestructuración sectorial en las regiones, mucho más marcado en el sector manufacturero. El crecimiento en el empleo del sector terciario se deriva del crecimiento de los sectores manufactureros, proceso que se desarrolla en los estados fronterizos y en las regiones centro norte y centro. Se trata, por tanto, de un crecimiento derivado de la especialización regional. Pero hay regiones donde el sector terciario crece de manera autónoma, como en el caso de las regiones en las que se asientan los servicios financieros y el turismo, lo que a su vez origina un crecimiento comercial y de servicios adicional. Por tanto, las tendencias en el ámbito nacional no se derivan linealmente de la especialización regional, sino que adquieren una forma particular que depende fuertemente de la estructura regional actual y de la previa.

Por lo que respecta a la estructura industrial, en términos de su configuración espacial, los datos disponibles tienden a señalar como modelos dominantes el llamado distrito centro-radial y la plataforma de exportación.

Las evidencias disponibles apuntan hacia la preservación de, al menos, dos tipos de regiones en el país: unas donde la agricultura es una actividad económica central, y otras donde la manufactura tiene una cierta importancia relativa. Esta configuración regional tiene un mayor parecido con el modelo propuesto por Quah (1996) que con aquellos modelos que discuten la existencia de una convergencia regional en el país.20 La ausencia de políticas económicas que busquen intervenir para modificar esta situación se torna, por tanto, en un elemento más de preocupación respecto del destino inmediato de los núcleos de población que habitan ese cinturón de persistencia de las desigualdades regionales y que se ubican sobre todo en la región pacífico sur.

 

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Notas

1 Una muestra representativa se puede encontrar en el material bibliográfico contenido en Martínez Cisneros (1993), Cravey (1998) y Moreno Brid (1999).

2 Esta es una implicación general de los modelos de desarrollo regional inspirados en la tradición neoclásica. Al respecto, véase Myrdal (1957), Kaldor (1970) y Chakravorty (2000). Incluso el texto de Livas y Krugman (1996), al predecir una migración de industrias fuera de la Ciudad de México hacia la frontera norte, postula implícitamente una convergencia regional.

3 Entendidas como áreas geográficas de extensión subnacional (Scott, 1998).

4 En la literatura neoclásica existen diversas nociones de convergencia que se derivan del hecho de que la convergencia absoluta, esto es, que el producto interno bruto de una serie de economías (o regiones) tienda a la igualación entre éstas, es pocas veces observable. Véase, por ejemplo, Barro y Sala-i-Martin (1995). Para una visión crítica de la noción de convergencia y sus implicaciones en la geografía económica, véase Martin y Sunley (1998).

5 Véase, por ejemplo, la definición en Barro y Sala-i-Martin (1995:33).

6 Es equivalente a suponer que el producto de una computadora (un cálculo) se puede reemplazar por el resultado de un número cualquiera de calculistas humanos.

7 El modelo tiene una serie de supuestos muy restrictivos y las conclusiones son muy simples. Una crítica a este tipo de modelos se puede encontrar en Martin (1999).

8 Véase Apéndice I. Notas sobre la naturaleza de las fuentes estadísticas.

9 La mayoría de los flujos de IED se registran directamente en lo centros corporativos o casas matrices de las empresas (ya sean filiales o empresas mexicanas con participación de capital extranjero), y que la concentración de las representaciones corporativas en el D. F. o en Monterrey puede explicar, al menos parcialmente, la enorme centralización geográfica en los registros (cerca del 70% del total de IED).

10 La Encuesta Nacional de Micronegocios incluye una pregunta relativa a la cobertura de las microunidades en los Censos Económicos. Los resultados muestran que la cobertura es muy reducida, menos del 40% de estas unidades son incluidas en los censos correspondientes.

11La información obtenida a partir de los registros administrativos del IMSS no incluye el trabajo no asalariado y, por tanto, su cobertura de los microestablecimientos es muy deficiente.

12 La comparación intertemporal de las ENE a nivel estatal es imposible por los cambios permanentes en la estructura y tamaño de la muestra. Es por eso que se recurre a una comparación muy general con los datos derivados del Censo Agropecuario.

13 Véase Apéndice II. Cálculo del Índice de Localización Regional del Empleo (Eij).

14 Véase Apéndice III. Cálculo de los Índices de Cambio y Participación.

15 El efecto diferencial en ambos periodos tiene una correlación con el efecto total superior al 99%. Por su parte, la correlación entre el efecto proporcional y el total en el segundo periodo es ligeramente menor (84%), mientras que en el segundo periodo es negativa.

16 Storper (1997) atribuye este vínculo al trabajo de Piore y Sabel (1984) y a la influencia que sobre éstos tuvieron los estudios de la escuela italiana o de la Tercera Italia (Bagnasco, Brusco, Russo, Sforzi y otros).

17 Para una crítica véase Harrison (1997) y Markusen (1999).

18 En Amin (1999), se encuentra una interesante discusión sobre el problema del cambio generacional y la continuación del modelo productivo en la zona de Emilia Romagna.

19 Por primera vez, los Censos Industriales de 1999 incluyeron estadísticas sobre los parques, ciudades y corredores industriales del país. Esta información comprende únicamente una distinción general entre establecimientos manufactureros y no manufactureros, y sólo incluye el número de unidades y el personal ocupado, para cada estado de la república, en algunos casos con referencias de nivel municipal o subregional.

20 La discusión relativa a los intentos por probar la existencia de convergencias regionales mediante técnicas neoclásicas rebasa los objetivos del artículo. En otro lugar presentaremos una evaluación crítica de tales intentos.