Reseñas
Carlos Martínez Assad (2001), Los sentimientos de la región. Del viejo centralismo a la nueva pluralidad
José Marcos Medina Bustos*
México, INEHRM-Océano, 439 pp.
* Profesor-investigador del Programa de Historia Regional de El Colegio de Sonora. Se le puede enviar correspondencia a Av. Obregón, no. 54, Centro, Hermosillo, Sonora, México, C. P. 83000. Correo electrónico: mmedina@colson.edu.mx
El título de este libro es un ingenioso juego verbal que utiliza el célebre documento de José María Morelos y Pavón, "Los sentimientos de la nación", para expresar que el interés se ha transferido de la nación a la región; con lo cual anuncia el objetivo de la obra que es, precisamente, la recuperación de esos ámbitos regionales; sin embargo, desde mi lectura, me parece más adecuado el título del capítulo final del libro, "El despertar de las regiones", para expresar el contenido de la obra, ya que su trama consiste en esbozar la trayectoria de dos variables a través del tiempo: el poder central y los poderes regionales; trayectoria que dibuja un ciclo que parte de la crisis del centralismo porfirista y termina con la actual crisis del centralismo posrevolucionario y que el autor denomina el despertar de las regiones.
Así, resulta que Carlos Martínez Assad considera que lo avanzado en la conformación de un estado nacional centralizado durante el porfiriato, gracias a la negociación combinada con la represión que don Porfirio brindó a los hombres fuertes de las diferentes regiones, se vino abajo con la irrupción de los grupos revolucionarios que, desde esos mismos espacios regionales, destruyeron la centralización ejercida por la ciudad de México (tal como lo habían hecho Miguel Hidalgo y Agustín de Iturbide cien años antes), y con ello los vínculos que habían permitido la existencia de un poder ejecutivo federal fuerte y protagónico.
El autor plantea cómo a partir de entonces los revolucionarios "del norte" fueron hilvanando de nueva cuenta un poder central, primero a través del caudillo mayor que negociaba con los caudillos-caciques regionales, sin excluir la vía violenta para los remisos, emulando a Porfirio Díaz. De ese periodo inestable y peligroso en el que el centro y las regiones se hablaban de tú, finalmente se pasó a lo que podría denominarse México moderno, caracterizado por el triunfo definitivo del centralismo, expresado en el partido único y el poder omnipresente del ejecutivo federal.
En esta última etapa mencionada, que se extiende hasta la década de los ochenta, el país gozó de relativa paz social y crecimiento económico, lo cual facilitó el funcionamiento centralista, sin que por ello dejaran de aparecer esporádicamente movimientos regionales que lo impugnaran. Sin embargo, ese centralismo del Estado mexicano, de apariencia moderna ante la dispersión regional, devino en obstáculo para mantener el desarrollo económico, por lo costoso de las iniciativas impulsadas desde el centro; además de que nuevos actores sociales, más urbanos, empezaron a cuestionar "el sistema", exigiendo verdadera democracia y federalismo. Carlos Martínez Assad cierra el ciclo analizando los movimientos regionales que, utilizando la vía electoral, lograron desestructurar el sistema de partido único y reforzar de nueva cuenta las identidades regionales.
Alrededor del trazado de ese gran ciclo, el autor desarrolla tres temas fundamentales en el libro: uno que trata de la práctica historiográfica que ha hecho de la región el foco de su interés; otro, en el que plantea los resultados de sus investigaciones acerca de la Revolución Mexicana desde la óptica regional; y finalmente presenta la resistencia al centralismo posrevolucionario, así como sus modos de operar y finalmente su crisis con el "despertar de las regiones".Algunos de los apartados del libro ya habían sido publicados anteriormente, por lo que en cierta forma se trata de una compilación; sin embargo, es evidente que el autor se esforzó por darle unidad al libro, lo cual finalmente logró al tener como eje de su exposición el ciclo que va de la crisis del centralismo porfirista a la crisis del centralismo posrevolucionario.
En la parte referida a la historiografía regional, el autor señala su importancia en la ampliación de nuestro conocimiento del pasado de México, pues para llegar a la historia regional fue necesario romper con prácticas historiográficas que veían a la Revolución Mexicana como un movimiento social en donde el problema principal era teórico, de explicar qué tipo de revolución había sido, lo cual desalentaba la investigación de las problemáticas particulares de las regiones; por otro lado, esta visión globalizadora de la Revolución Mexicana se complementaba con la versión oficial de la misma, según la cual fue un movimiento homogéneo, en donde las diferencias fueron facetas de un mismo proceso, que se extendía hasta los gobiernos priístas. Hubo que esperar a la aparición de Pueblo en vilo de Luis González y González, en 1968, para que desde el ámbito académico se abrieran espacios a otras visiones no generalizadoras, que gustaran del detalle, de los hombres concretos y sus acciones, sin endilgarles de antemano una clasificación socioeconómica que explicara toda su trayectoria.
A partir de ese interés por lo concreto surgió una nueva historiografía de la revolución, en la que aparecieron una serie de panoramas regionales que distaban mucho de la homogeneidad y cuyo descubrimiento permitió hablar de varias revoluciones. La importancia de la historia regional en el caso de la revolución de 1910 ha sido ampliamente explotada por Carlos Martínez Assad, con sus profundas investigaciones acerca del levantamiento de Saturnino Cedillo en contra del régimen cardenista y del anticlericalismo de Tomás Garrido Canabal en Tabasco, excelente laboratorio para la investigación regional, por su aislamiento y tradiciones autonomistas. Sin embargo, como lo señala el autor, la pertinencia del enfoque regional se puede extender sin mayores complicaciones a otras etapas y regiones de la historia de México, con lo cual se ganará mucho en la comprensión de nuestro pasado.
La relación entre centro y regiones le permite a Martínez Assad proponer la siguiente periodización: una primera etapa comprende los años de 1910 a 1915, durante los cuales la característica es la unión de diferentes movimientos políticos y revolucionarios en diversas partes del país en torno a la figura de Francisco I. Madero. Habría, pues, una especie de centralización voluntaria, que se fracturó con su asesinato y la posterior respuesta al cuartelazo de Victoriano Huerta.
Un segundo momento abarca de 1915 a 1920, el cual está caracterizado por la existencia de movimientos revolucionarios con sustentos regionales y sociales muy bien definidos y diferentes entre sí, que se disputaron el poder político nacional. Esta lucha se resolvió con el triunfo militar del movimiento constitucionalista encabezado por Venustiano Carranza; pero este movimiento, a su vez, no soportó la competencia interna entre el "jefe máximo" y los sonorenses,encabezados por Alvaro Obregón, quienes lanzaron en 1920 el Plan de Agua Prieta, desconociendo el liderazgo de Carranza.
Martínez Assad señala la existencia de otro momento que se ubica entre 1920 y 1935, caracterizado por la existencia de un caudillo, personificado primeramente por Obregón y después por Plutarco Elías Calles, el cual utilizó una serie de mecanismos tradicionales para lograr establecer un poder central en torno a su persona.Tales mecanismos se expresaron en una práctica contradictoria de hacer alianzas con los caciques y caudillos regionales, que permitía por una parte el reconocimiento de un centro, pero por otro lado fortalecía los poderes regionales; como era un equilibrio sumamente inestable, las fricciones entre ambos espacios de poder se recrudecieron y finalmente se liquidó a los caciques más autonomistas. El autor se solaza en la descripción de los más conspicuos baluartes del regionalismo, como fueron los casos de Tomás Garrido Canabal en Tabasco, Adalberto Tejeda en Veracruz y Saturnino Cedillo en San Luis Potosí. El cierre de esta etapa coincide con el fin del "maximato" de Calles y el inicio de la centralización política cardenista, a través de instituciones como el partido oficial y sus afiliaciones corporativas de campesinos, obreros y empleados gubernamentales, misma que configuraría la centralización posrevolucionaria, y que significó el fin de los cacicazgos de origen revolucionario.
Una parte considerable del libro se orienta a trazar las líneas generales de la centralización moderna en México, sustentada en el poder sin límites del presidente en turno, el cual se expresaba en el control que ejercía sobre el partido oficial, los poderes legislativo y judicial, así como las gubernaturas y legislaturas estatales. Ese gran poder nacional se complementaba con el poder igualmente todopoderoso de los gobernadores en sus respectivos estados, que llevó al surgimiento de nuevos cacicazgos, construidos a la sombra de la figura presidencial, como el de Gonzalo N. Santos en San Luis Potosí, Carlos Sansores Pérez en Campeche, Alfonso Corona del Rosal en Hidalgo, entre otros.
Los retos a esos poderes centralizadores, aunque escasos, no por ello dejaron de ser importantes, como precursores del tipo de movimientos que a fines de los años 80 llevarían a la crisis del sistema presidencialista.Así, Guanajuato y San Luis Potosí ocupan un lugar importante como sedes de dos movimientos civilistas que en los años 40 y 50 desafiaron al sistema priísta desde el ámbito electoral, mismo que décadas después sería la vía por la cual las regiones volvieron a figurar en la política nacional, reclamando democracia electoral y la recuperación de un auténtico federalismo. Martínez Assad hace un amplio recuento y análisis de los triunfos electorales de oposición al PRI en la frontera norte y en lugares como Guanajuato y Jalisco, entre otros, hasta culminar en la pérdida de la misma presidencia por el partido oficial, que fue ganada por Vicente Fox, el político que había surgido de la tradición cívica guanajuatense y que en gran medida capitalizó la inconformidad regional.
En fin, el libro de Carlos Martínez Assad es una visión de largo plazo, preocupada por explicar los problemas del presente que, ¿quién lo duda? pasan por el despertar de las regiones, esos muchos Méxicos ahogados en la perspectiva centralista y homogenizadora del Estado mexicano posrevolucionario.