Artículos
La influencia regional y el apoyo ciudadano a las reformas neoliberales mexicanas*
Charles L. Davis,* Jorge E. Figueroa**
* Profesor investigador del Departamento de Ciencias Políticas,Universidad de Kentucky. Se le puede enviar correspondencia a 1605 Patterson OfficeTower, University of Kentucky, Lexington,40508.Teléfono: (859) 257-7047, fax 859 257-7034, correo electrónico: pol162@uky.edu
** Candidato a Doctor en Ciencias Políticas,Universidad de Kentucky. Se le puede enviar correspondencia a 1645 Patterson Office Tower, University of Kentucky, Lexington,40508.Teléfono: (859) 323-3979, fax 859 257-7034, correo electrónico: jefigu0@uky.edu
Recibido en octubre de 2002
Revisado en mayo de 2003
Resumen
Por medio de encuestas de opinión pública llevadas a cabo en México en los años de 1991 y 1996, el presente estudio examina empíricamente las bases regionales de apoyo popular a las reformas neoliberales (privatizaciones y el TLC). Se encontró que el apoyo ciudadano a estas reformas fue mayor en las regiones económicamente más avanzadas como el norte y el Distrito Federal y menor en los estados sureños y centrales, a pesar de que el nivel de este apoyo declinó en todas las regiones entre 1991 y 1996. Se analizan dos hipótesis alternativas para explicar las variaciones regionales de apoyo ciudadano. La primera, el apoyo a las reformas neoliberales será mayor en aquellas regiones donde los ciudadanos estén más propensos a beneficiarse por dichas reformas y donde estén más satisfechos con las condiciones políticas y económicas (explicación utilitarista). La segunda, el apoyo ciudadano a las reformas neoliberales será mayor en aquellas regiones donde los ciudadanos muestren orientaciones más favorables hacia los Estados Unidos (explicación cultural). El análisis estadístico muestra consistentemente mayor sustento a la explicación utilitarista; sin embargo, orientaciones más favorables a Estados Unidos ayudan a explicar por qué el apoyo a las reformas neoliberales es mayor en el norte de México que en las otras regiones.
Palabras clave: regionalismo mexicano, actitudes ciudadanas hacia el neoliberalismo, explicación utilitarista, explicación cultural, percepciones de influencia estadounidense en México.
Abstract
Using survey data collected in Mexico in 1991 and 1996, this study examines empirically the regional bases of public support for neoliberal reforms (privatization and NAFTA) . Citizen support for these reforms was found to be higher in the more economically developed northern states and the Federal District than in the southern and central states even though the level of support declined in all regions between 1991 and 1996.Two alternative hypotheses for regional variation in citizen support for these reforms are examined. First, support for neoliberal reforms will be higher in those regions in which citizens are more like ly to have benefited from these reforms and in which citizens are satisfied with economic and political conditions (a utilitarian explanation). Second, citizen support for neoliberal reforms will be higher in those regions in which citizens exhibit more favorable orientations toward the United States (a cultural explanation). The data analysis shows more consistent support for the utilitarian hypothesis; however, more favorable orientations toward the United States help to explain why support for neoliberal reforms is higher in northern Mexico than in the other regions.
Key words: mexican regionalism, citizen attitudes toward neoliberalism, utilitarian explanation, cultural explanation, perceptions of US influence in Mexico.
Introducción
En décadas recientes, el grado de regionalización de los partidos políticos en México se ha incrementado, de acuerdo con Joseph L. Klesner (1995, 2001a, 2001b). Este autor (2001a) también argumenta que los patrones regionales de voto y fortaleza partidista están por lo menos parcialmente relacionados con los efectos causados por la reestructuración del modelo económico nacional emprendido en el gobierno de Miguel de la Madrid (1982-1988) y las subsecuentes administraciones.
De igual manera, Klesner (2001a) ha mostrado que los niveles de apoyo popular al Tratado de Libre Comercio (TLC) tienden a ser mayo res en el norte y el Bajío, regiones donde tanto el Partido Revolucionario Institucional (PRI) como el Partido Acción Nacional (PAN) concentran las preferencias ciudadanas y donde de igual manera estos ciudadanos evalúan más favorablemente las condiciones económicas imperantes en el país. Por otro lado, el apoyo popular al TLC disminuye en las regiones donde los ciudadanos evalúan menos favorablemente el panorama económico nacional, en los estados del sur y centro, y en las entidades federativas donde el Partido de la Revolución Democrática (PRD) representa una alternativa real de gobierno.
El estudio de Klesner (2001a) es valioso porque muestra las bases regionales de apoyo ciudadano al Tratado de Libre Comercio (TLC). Sin embargo, no queda claro si esta fragmentación regional también es aplicable a otras reformas del programa neoliberal (privatizaciones por ejemplo) y al neoliberalismo en general.1Tampoco está claro por qué han surgido estas divisiones regionales. El presente artículo aborda precisamente tales inquietudes. En particular, exploramos las razones y la evolución de las diferencias regionales en materia de apoyo ciudadano al neoliberalismo a través del periodo considerado en nuestro estudio.
Klesner sugiere que dichas diferencias tienen como origen factores utilitarios. Las relativamente recientes reformas neoliberales han exacerbado el desarrollo regional inequitativo mexicano; por ello los diferentes grados de apoyo ciudadano al programa neoliberal en cada región pueden explicarse según los beneficios o costos relativos que dichas reformas conllevan precisamente a cada región2 en particular.
Este argumento fue desarrollado bajo la siguiente lógica: se supone que los habitantes de las regiones que han prosperado a consecuencia de las reformas neoliberales, muestran mayor apoyo a las reformas neoliberales que los ciudadanos de otras regiones menos favorecidas. Los ciudadanos de las regiones prósperas están más satisfechos con las condiciones políticas y económicas (y por tanto, con una disposición más favorable hacia estas reformas). Lo contrario ocurriría con los habitantes de las regiones "perdedoras", quienes mostrarían menor grado de satisfacción con las condiciones económicas y políticas del país y, por tanto, menor apoyo a las reformas neoliberales. Se espera entonces que los ciudadanos de los estados del norte favorezcan en grado superlativo el nuevo programa neoliberal en contraste con sus compatriotas del centro y sur del país, regiones con altos niveles de marginación. Extendiendo este argumento, se presume que los defeños mostrarían menor apoyo a las reformas neoliberales en comparación con los norteños, porque los pobladores de la Ciudad de México se han beneficiado en menor grado de estas reformas que los habitantes de los estados del norte. Pero aún así existiría mayor apoyo a las reformas en el D. F. que en las regiones del sur y centro debido al nivel de desarrollo de las dos últimas, inferior al de la capital del país.
Si la explicación utilitarista resulta ser verdadera, esperamos que los ciudadanos cuyas regiones han sido positivamente impactadas por las reformas neoliberales evalúen más favorablemente el estado de la economía y la administración gubernamental en turno durante los años en que se realizaron las encuestas. En particular, examinamos si el apoyo al presidente Salinas de Gortari (1991), así como las estimaciones del estado de la economía, son más altos y/o positivos en aquellas regiones donde el neoliberalismo cuenta con elevados índices de aceptación. En otras palabras, las variaciones regionales en apoyo a las reformas neoliberales podrían estar atadas a las diferencias regionales en actitudes hacia el statu quo político y económico. Si en términos generales las personas están satisfechas con el estado político y económico, entonces apoyarán la nueva orientación económica.
Existe también una segunda posición utilitarista en torno a las diferencias regionales en apoyo al neoliberalismo. Recientes investigaciones en México, así como en otras partes del globo, han concluido que los ciudadanos con mayor ingreso tienden a favorecer reformas neoliberales (Davis, 1998; Gabel, 1998) porque estos individuos poseen el capital humano y financiero suficiente para posicionarse favorablemente en una economía de libre mercado. Así, se espera encontrar un porcentaje mayor de este nivel social en las regiones mexicanas económicamente más desarrolladas y más beneficiadas por las reformas. Por lo tanto, una hipótesis es que el apoyo al neoliberalismo debe de ser más elevado en las regiones con mayor ingreso y niveles educativos y, por deducción, con mayor número de beneficiarios como consecuencia del viraje macroeconómico neoliberal.
Pero existe otra explicación que podría ser cultural. La proximidad geográfica del norte con los Estados Unidos redundaría en la adaptación de ciertos rasgos propios de la cultura estadounidense, como el énfasis en el individualismo, pero que a la vez no son extensivos al resto de la república: en estados con población indígena numerosa quizá este legado histórico sea fuente de su presente identidad regional y nacional, e independiente de alguna otra influencia extranjera. Empero, la presumible convergencia cultural entre los estados del norte y los Estados Unidos redundaría en mayor apoyo por parte de los norteños al proceso de integración económica y demás reformas neoliberales. Por otro lado, los mexicanos del centro y sur percibirían como amenazante o irruptora en sus tradiciones, modos de vida y costumbres la creciente integración regional con el país del norte, así como las otras medidas neoliberales.
Desafortunadamente las encuestas no permiten examinar tan a fondo como quisiéramos la explicación cultural. No poseemos indicadores ideológicos o culturales válidos. Sin embargo, podemos analizar actitudes hacia los Estados Unidos y el grado en que los encuestados consideran a este país como una amenaza para México bajo la siguiente premisa: los ciudadanos con disposición favorable hacia los Estados Unidos muestran este mismo comportamiento hacia la integración mexicana con la economía estadounidense sin evidenciar preocupación por los posibles efectos adversos para la cultura y economía de México resultantes de dicha integración (Davis, 1998). Como sugerimos anteriormente se espera encontrar un número mayor de estos individuos en el norte del país. En cambio, los mexicanos del sur mostrarían mayor renuencia a la integración regional con los Estados Unidos y por ello a la cultura estadounidense.
Dentro de los límites de los datos disponibles, pretendemos analizar las variaciones regionales en el apoyo a las reformas neoliberales bajo los enfoques utilitario y cultural. Mediante las mismas encuestas empleadas en el estudio de Klesner, examinamos dichas variaciones en los años de 1991 y 1996, así como los cambios de actitud hacia el neoliberalismo en general entre esos mismos años. Si las diferencias intrarregionales en lo concerniente a actitudes neoliberales son producto de diferencias culturales entre regiones, esperamos encontrar patrones consecuentes a largo plazo con las reformas neoliberales, incluso a pesar de la devaluación de 1995. Este hecho se debe a que ciertas orientaciones y valores culturales que se adquieren durante la niñez, tienden a permanecer relativamente estables a través de los años.3 Pero si las diferencias regionales en las actitudes hacia el neoliberalismo se fundamentan en cálculos utilitaristas, esperamos encontrar fluctuaciones en estas actitudes y una alta posibilidad de que el apoyo regional al programa neoliberal sea igual de fluctuante a corto, mediano y largo plazo. Puesto que sólo transcurrieron cinco años entre cada encuesta, no podemos analizar empíricamente nuestras conjeturas tan adecuadamente como se desearía, pero sí podemos evaluar el grado de estabilidad regional de apoyo a las reformas neoliberales entre 1991 y 1996.
También analizamos la importancia relativa de la variable "regionalismo" contra otras variables que determinarían la preferencia y posición de los ciudadanos en torno al neoliberalismo. Nos preguntamos si la tendencia individual a apoyar el programa neoliberal se debe principalmente a la influencia de la región donde viven sobre sus preferencias políticas o si existen otras variables, como lealtad partidista, evaluaciones de la presidencia en turno, evaluaciones económicas, actitudes hacia los Estados Unidos y clase social, que explican mejor la afinidad o, en su caso, desprecio hacia el neoliberalismo, que el hecho de vivir en determinada región. Además, se pretende discernir si estas diferencias intra-rregionales en actitud hacia las reformas neoliberales no son más que un artefacto de diferencias demográficas y de actitudes ciudadanas entre regiones.
Dadas las diferentes orientaciones regionales hacia dichas reformas,conviene preguntarse también si será posible que surja de estas divergencias en la opinión pública, un consenso nacional ideológico y político, esencial para la unidad y estabilidad política del país, así como para la implementación de políticas públicas acordes (Sánchez, 2001:19-36). La otra ideología nacionalista revolucionaria en la cual basaba sus políticas públicas el Estado emanado del PRI (Segovia, 1975) resulta anacrónica actualmente, en parte por su incompatibilidad con la nueva economía orientada al libre mercado y también por su inefectividad expresada en términos de las severas y recurrentes crisis económicas de principios de los ochentas. Resumiendo, el punto medular consiste en determinar si un nuevo consenso nacional basado en el presente modelo económico y en torno al fenómeno globalizador podrá emerger, o si la cultura política mexicana futura estará fragmentada entre regiones opuestas comprendidas por aquellos estados menos favorecidos y, por tanto, opositores al neoliberalismo, por un lado, y entidades prósperas, por el otro, satisfechas con el presente modelo económico (Wong González, 2001:131-174).
Para efectos de este análisis, dividimos los 31 estados y el Distrito Federal que constituyen la República Mexicana, en cuatro regiones: norte, sur, centro y Distrito Federal o área metropolitana (D. F.), la cual incluye al Estado de México. Se explicará posteriormente qué entidades federativas pertenecen a cada región,4 pero sí recalcamos las dificultades inherentes en agrupar estados en cuatro categorías (Klesner, 20001 a; Wong González, 2001; Alduncín, 2001; Carrillo Aronte, 1972; Barkin y King, 1970; Bassols, 1979).También reconocemos que existen diferencias importantes intrarregionales e intraestatales, así como la existencia de estados que en un momento dado y por sus características podrían estar en dos regiones diferentes (Veracruz, Morelos, Puebla, Zacatecas, San Luis Potosí por ejemplo). Pero creemos que nuestra taxonomía refleja objetiva y fielmente los aspectos políticos, económicos, culturales y sociales identificados con cada región sin tornar nuestro análisis demasiado simplista o intrincado al mismo tiempo.5 La siguiente sección ofrece una descripción del regionalismo mexicano.
Regionalismo en México
El regionalismo contemporáneo mexicano no es simplemente una consecuencia de la globalización y la reciente liberalización económica. Más bien se podría remontar a dos periodos históricos importantes: el virreinato de la Nueva España y el Porfiriato. Como veremos a continuación, las presentes diferencias, si bien han sido acentuadas por las reformas económicas, también están profundamente arraigadas en la evolución histórica de la nación. Por tanto, las regiones que participaron en el desarrollo iniciado a finales del siglo pasado, son las mismas que ahora tienen un nivel de desarrollo relativamente más alto y más acelerado, en contraste con aquellas que no se integraron a la economía del Porfiriato y que todavía permanecen a la zaga económica y socialmente (Appendini y Murayama, 1972:127-128).
Durante la época colonial, surgieron dos importantes características concernientes al regionalismo: la ascensión y consolidación de la Ciudad de México como el centro económico y político de la entonces Colonia, al igual que el atributo más representativo e importante del regionalismo mexicano (afianzado posteriormente durante el Porfiriato): desarrollo económico inequitativo. En este periodo, el desarrollo económico en las regiones del norte y centro fue impulsado por la explotación de depósitos de plata y otros minerales en Zacatecas, San Luis Potosí, Guanajuato, entre otros estados, en tanto que la agricultura (segunda ocupación básica de la Colonia) impulsó la aparición y subsistencia de ciudades como Zacatecas, Guadalajara, la Ciudad de México y después Monterrey (Gerhard, 1982).
En contraste, muy poco atraía a los inmigrantes españoles al sureste de México: a la total carencia de metales preciosos se unía el aislamiento geográfico y físico con el resto de la Colonia, un clima poco favorable, además de una población indígena numerosa (Gerhard, 1979). Eventualmente, aparecieron comunidades mestizas y españolas en esta región, pero en números tan pequeños que eran fácilmente sobrepasados por la población indígena nativa, la cual, a pesar de ser mayoría, permaneció en el fondo de la pirámide social y cuya única función era proveer mano de obra barata. Esta herencia indígena produjo otro importante aspecto del regionalismo contemporáneo: los niveles de pobreza y de desigualdad de ingreso de una región están correlacionados íntimamente con el tamaño de la población indígena.
Otro importante periodo histórico que contribuyó a moldear el regionalismo de hoy fue el Porfiriato (1876-1911). A fin de promover el crecimiento económico, las restricciones al capital extranjero fueron eliminadas, se creó infraestructura, las incipientes industrias fueron modernizadas y, sobre todo, se alcanzó estabilidad política interna (Meyer y Sherman, 1991:431-451). Además, las nuevas vías de ferrocarriles enlazaron principalmente los estados fronterizos con Estados Unidos y los puertos donde las mercancías nacionales se exportaban a los mercados internacionales. Aquellas entidades federativas colindantes con el país vecino eran recipientes de mayor inversión extranjera que otros estados, y fueron las únicas excepciones Veracruz y su industria petrolera (Kirkwood, 2000:113-129; Cockcroft, 1998:83-90) y la altamente redituable y exportadora industria henequenera yucateca (Wells y Joseph, 1996). Es durante este periodo cuando se inicia el desarrollo industrial de Monterrey, Guadalajara y la Ciudad de México. Como se puede apreciar, las regiones central y norte, junto con la Ciudad de México, se beneficiaron más con la modernización de fines del siglo IX, mientras que el sur, con la excepción yucateca, permaneció en un aislamiento relativo y se rezagó aún más del resto de la República.
Y como durante los tiempos de la Colonia y el Porfiriato, la Ciudad de México actualmente es el centro político, económico, financiero y comercial de la nación. El crecimiento de la ciudad ha sido tan explosivo que ha abarcado incluso partes del adyacente Estado de México. Esta región comprende solamente 1.17% del territorio nacional, pero 22% de los mexicanos vive aquí (INEGI, 2001). A pesar de los exorbitantes índices migratorios (especialmente durante el lapso 1940-1980), el gobierno pudo satisfacer (relativamente) la demanda de servicios públicos e infraestructura en el Distrito Federal. Así, el Estado de México y la capital del país aventajan a las otras tres regiones en niveles educativos, ingreso per capita, acceso a salud pública y otros servicios gubernamentales, y contribuyen con 33.5% al producto interno bruto nacional en el periodo 1993-1999 (INEGI, 2000).
La ciudad de México fue pieza clave de la industrialización producida por el modelo de sustitución de importaciones (19401980) y aún es un importante centro para las industrias y servicios orientadas al mercado nacional. Las actividades industriales y comerciales no pueden subestimarse: 83% de los ingresos corporativos son captados por 15 firmas cuyas oficinas centrales están en la Ciudad de México (Butler, Pick y Hettrick, 2001:78-81). De las 550 grandes empresas existentes, 227 están asentadas en el D. F. y el Estado de México (Butler, Pick y Hettrick, 2001:290). Y junto con Monterrey, un gran número de compañías extranjeras han escogido esta área metropolitana como su base para penetrar en el mercado mexicano. Finalmente, y como podría esperarse, el sector público es una importante fuente de empleo a nivel federal y estatal.
Si ha habido algún ganador en desarrollo regional, éste ha sido el norte, en particular el estado de Nuevo León, que por sí mismo aportó en promedio alrededor de 6.5% del PIB nacional (INEGI, 2000) durante 1993-1999, mientras que la región en este mismo periodo contribuyó entre 25.58 y 27.22 al PIB. El norte tiene el segundo ingreso per capita nacional más alto, entre los $3,733.00 de Sinaloa y los $8,420.00 de Nuevo León (en dólares estadounidenses; Aguayo Quezada, 2000:314-3 79), y haciendo a un lado al D. F. y el Estado de México, también cuenta con los índices más altos de población urbana (83.6%, INEGI, 2001), de los cuales sólo una pequeña fracción es indígena.
La ubicación geográfica puede explicar en gran medida el éxito alcanzado por la región en materia económica, dado que los vínculos comerciales y económicos con los Estados Unidos datan del Porfiriato (Vizcaya Canales, 1969). Fue en esa época cuando Monterrey desarrolló una amplia y dinámica base industrial enfocada tanto al mercado interno como al estadounidense. Entre las principales industrias contemporáneas norteñas, destacan la cervecera, acerera, química y vidriera de Nuevo León yTamaulipas,la altamente productiva agroindustria e industria pesquera de Sinaloa, Sonora, Baja California y Baja California Sur y, por supuesto, la industria maquiladora. El 82% del total de los mexicanos empleados por la industria maquiladora (1,278,038) viven en estos seis estados: Chihuahua, Baja California,Tamaulipas, Coahuila, Sonora y Nuevo León (cies, 2000). De los ocho estados con mayores índices de inversión extranjera directa durante el periodo 1994-2000, seis están localizados en esta región; se enumeran líneas arriba (Secretaría de Economía, 2000).
El espíritu empresarial y competitivo norteño, así como su infraestructura económica, se manifiesta en los 217 corredores, parques y centros industriales, mismos que ascienden a 56.7% del total nacional para 1998 (INEGI, 2000). No es de sorprenderse entonces que ciudades fronterizas como Ciudad Juárez, Tijuana, Nuevo Laredo, Reynosa y Mexicali hayan revivido por la maquila y por el intenso comercio con el vecino del norte. Dada la clara dependencia con los Estados Unidos, el destino económico de esta región está íntimamente atado al de Estados Unidos. Asimismo, la cultura norteña muestra influencias externas originadas por su proximidad geográfica a Estados Unidos.
Los estados sureños de Guerrero, Oaxaca, Chiapas, Veracruz, Tabasco, Campeche, Yucatán y Quintana Roo cubren casi una cuarta parte de la República y en su área habitan 22.4 millones de mexicanos,o 23% del total nacional (INEGI, 2001). Si las otras regiones se caracterizan por su gradual incremento en población urbana, mayormente no indígena, y rápida industrialización, el sur contrasta en grado superlativo: es predominantemente rural (más que cualquier otra región), rico en grupos étnicos e intensamente concentrado en el sector primario como su mayor actividad económica. En 1995, de los 10 millones de indígenas del país, 63% vivía en esta área (Aguayo Quezada, 2000:69), en tanto que 24 de los 56 grupos étnicos están presentes en Chiapas y Guerrero (véase mapa 1 en Gutiérrez, 1999: VIII). Muchos de ellos aún hablan sus propias lenguas y conservan sus ancestrales costumbres en pueblos pequeños o villas.
Irónicamente, la abundancia de recursos naturales ha sido la causa de su atraso: el excesivo énfasis en la producción de materias primas de bajo costo destinadas a los mercados nacional y extranjero, ha limitado significativamente el desarrollo económico. La modesta base industrial se compone sobre todo de empresas que emplean menos de 30 trabajadores. Los complejos petroquí-micos de Veracruz y Campeche, el dinámico sector turístico quintanarroense y la incipiente industria de maquila yucateca (Wilson y Kayne, 2000:91-1 10) son algunos de los escasos ejemplos de desarrollo económico regional. Que los ocho estados hayan contribuido, en 1995, con sólo 15% del PIB (INEGI, 2000) refleja cuan limitada es la producción industrial (Aguayo Quezada, 2000:314379). Por esto el sur se ubica en el último lugar entre las cuatro regiones en ingreso per capita. Un dato altamente significativo es que el sur cuenta con 23.6% del total de las firmas manufactureras nacionales, pero este porcentaje disminuye a 8.5% cuando se compara el número de trabajadores empleados por estas empresas. Asimismo, los porcentajes de personal ocupado por la micro y pequeña industrias son 43% para el centro, 22% para el norte, 39% para el D.F. y 60% para la región sur (INEGI, 2000). Se deduce que muchas de estas compañías están en una etapa inicial de capitalización y en franca desventaja no sólo contra la competencia internacional y nacional, sino también en una posición altamente vulnerable a las fluctuantes condiciones económicas del país y del mundo. En consecuencia, en el aspecto social las expectativas de vida e índices de alfabetismo son marcadamente más bajas que en el resto de México (cuadro 3.2 en Conroy y West, 2000:41-55). La combinación de estos factores, aunados a otros, han hecho del sur tierra fértil para la guerrilla, la cual apareció primero en Guerrero y actualmente en Chiapas.
El contraste intrarregional es una característica fundamental de la región central. Por una part e, la industrialización de Guanajuato, Puebla, Jalisco, Aguascalientes destaca sobre los estados menos desarrollados de Colima, Nayarit, Morelos, Querétaro, San Luis Potosí y Zacatecas, que son fundamentalmente agrícolas. Si la industria maquiladora se ha convertido en una importante fuente de empleo en Jalisco, Puebla y Aguascalientes, todavía la agricultura es una actividad económica significativa en todas estas entidades. Pero si las prácticas agrarias tradicionales aún prevalecen en el segundo grupo de estados mencionados arriba, en el Bajío (donde gran parte de la producción se exporta) han sido implementados sistemas de irrigación y mecanización de gran escala.
Históricamente, esta región ha equilibrado la agricultura y minería con la industria y el comercio para sostener el desarrollo económico (Wolf, 1972:63-95). Las tasas de alfabetismo y los servicios de salud son comparables a la media nacional (Aguayo Quezada, 2000:314-379), mientras que la región figura detrás del norte y D. F. en porcentajes de población urbana. Es importante mencionar que el centro experimentó un rápido crecimiento económico en la década pasada, pero aún así la región todavía está rezagada con respecto al D. F. y norte, y se asemeja en algunos aspectos al sur. La contri bución de la región al PIB nacional en promedio entre 1993 y 1999 fue de 24.6 %, casi idéntico al norte, pero en términos de ingreso per capita, con excepción de Colima, Aguascalientes y Querétaro, tiende a colocarse bajo la media nacional (Aguayo Quezada, 2000).
Consideremos ahora cómo la creciente integración de México en la economía global en los años noventa ha afectado al regionalismo. En términos generales, se podría decir que la experiencia ha brindado resultados contradictorios (Green, 1999:13-32; Pastor y Wise, 1998:41-81). La modesta recuperación económica de principios de la década de 1990 fue destruida por la crisis financiera de 1995 (Morris y Passé-Smith,2001). Mientras el país entero pasaba por un periodo de dos años de crecimiento económico negativo, fue claro también que algunos sectores económicos, ciertos segmentos de la población y regiones específicas fueron afectadas más negativamente que otras. Si las micro y pequeñas empresas orientadas sobre todo al mercado nacional, el sector rural de baja productividad, rendimiento y tecnología, así como los estados que tradicionalmente han estado rezagados en materia económica fueron duramente golpeados, la industria orientada a la exportación, la mano de obra calificada e instruida y los estados predominantemente urbanos fueron capaces de recuperarse más rápidamente. Dado que el párrafo anterior describe primero a los estados del sur y en segundo término a los del norte, se deduce que el fenómeno globalizador ha acentuado las diferencias entre ambas regiones (Conroy y West,2000:41-58). Como Tardanico y Rosenberg (2000:5) señalan, "el sur mexicano es el ejemplo extremo de subdesarrollo y desplazamiento económico bajo el TLC y el entorno cambiante continental y mundial".6 Estas diferencias se acentuaron por la rapidez con la que México entró a un mercado de libre competencia contra dos países altamente industrializados sin ningún plan de transición para subsanar o al menos mitigar las desigualdades regionales internas ya existentes (De Maria y Campos, 2001:98), mismas que al paso de los años se han polarizado en forma extrema. En suma, como este mismo autor indica (p.99), las distancias económicas y sociales se ampliaron entre los estados exportadores y maquiladores del norte y los del sur, basados en la explotación de recursos naturales, el mercado interno y la pequeña empresa.
Es más difícil medir el impacto de las reformas neoliberales en los estados del centro (que en cierto grado son una mezcla del norte y del sur) y el D. F., porque los efectos no son tan evidentes y definidos como la división norte-sur. Comparada la situación actual con la que tenían en los primeros años de este modelo (presidencia de De la Madrid, 1982-1988), es innegable que algunas entidades han prosperado, especialmente Jalisco, Guanajuato, Aguascalientes y Puebla. Sin embargo, la noción de prosperidad no es extensiva a otros estados de esta región, porque existe evidencia del atraso en que todavía se encuentran estas entidades federativas.
La privatización de empresas paraestatales y las nuevas políticas presupuestarias para alcanzar disciplina fiscal, fueron algunas de las primeras reformas neoliberales implementadas. Sin duda alguna estas medidas afectaron negativamente a la Ciudad de México. La burocracia fue reducida, los subsidios se eliminaron y también se redujo la intervención del Estado en la economía. Además, la ciudad capital ha sido históricamente un semillero de nacionalismo cuya expresión popular se refleja en el arraigado sentimiento antiestadounidense. No es de sorprenderse entonces si la globalización y las reformas neoliberales exacerbaron dichos sentimientos, especialmente después de la devaluación de 1994. Así, la oposición a las reformas neoliberales fue mucho más pronunciada en la Ciudad de México a través de la prensa, los partidos políticos y los movimientos sociales.
Resumiendo, el regionalismo mexicano se caracteriza por su pasado socioeconómico, por su polarización sectorial, por la dominación de una metrópoli y por desequilibrios estructurales de corto y largo plazo (Carrillo Aronte, 1972). También por la dicotomía urbano-rural, y por diferenciaciones interregionales basadas en inequidades de ingreso y pobreza que se han acentuado a partir de las reformas neoliberales, y que ha llevado a ciertos especialistas a hablar de la "proletarización" de una porción de la clase media mexicana (Urquidi, 2001:1 15-130). Quizá la mejor manera de sintetizar estos argumentos más el impacto del neoliberalismo en el norte, centro, D. F. y sur de México es citando a Cordera Campos y Palacios (2001:197-198):
En México se dan, en incierta convivencia, tres realidades diversas y claramente diferenciadas por su grado de desarrollo: un sector moderno, exportador y vinculado plenamente a la realidad global, que ha asimilado en gran medida los aspectos competitivos, de innovación tecnológica y de productividad, que se asocian a la globalización económica; un sector industrial, de servicios y de agricultura tradicional que no ha sido capaz de vincularse al sector exportador de la economía, y que crece lentamente y ha resentido en mayor escala las crisis recurrentes y los propios cambios institucionales que dieron paso al cambio estructural; y un tercer sector de economías locales o regionales atrasadas, en muchos casos de autoconsumo, que tienen una vinculación precaria con los sectores más aventajados de la realidad nacional, y donde predominan la pobreza extrema y el rezago social.
Datos
Los datos para este estudio provienen de una serie de encuestas de opinión pública que se llevaron a cabo en México en 1991 y 1996 bajo el patrocinio de Los Angeles Times. Se empleó un muestreo aleatorio estandarizado para derivar la muestra representativa nacional. En la muestra de 1991, se entrevistó a 1,546 participantes en 61 municipios de todo el país; en la muestra de 1996, 1,500 encuestados fueron entrevistados en 78 ciudades y pueblos a lo largo de la República.7
La encuesta de 1996 abarcó 29 de los 31 estados y el D. F., pero la de 1991 se realizó sólo en 21 entidades federativas además del D. F. Por eso se determinó tomar únicamente para este estudio los 21 estados y el D. F. que se encontraban en ambas encuestas y que representaban a las regiones norte, centro, sur y metropolitana o D. F.:
1. Norte; Baja California, Coahuila, Chihuahua, Sinaloa, Tamaulipas y Nuevo León;
2. Centro: Querétaro, Puebla, Guanajuato, Hidalgo, Jalisco, Mi-choacán, San Luis Potosí, Tlaxcala y Zacatecas;
3. Sur: Chiapas, Tabasco, Guerrero, Quintana Roo, Oaxaca, Veracruz y Yucatán;
4. Área Metropolitana de la Ciudad de México: el Distrito Federal y el Estado de México.
Como se observa en el cuadro 1, la distribución de frecuencias sobre una lista de variables demográficas (educación, edad, localidades urbanas/rurales, género y estado civil) indica que la composición de ambas muestras es similar. La única excepción es la base urbana más acentuada en la muestra de 1991; sin embargo, las muestras no difieren significativamente en otras características. Por lo tanto, confiamos y enfatizamos que las características socioeconómicas de las dos muestras son generalmente comparables.
Análisis de los datos
El análisis de datos comienza descomponiendo la distribución regional de actitudes hacia las reformas neoliberales para ambas muestras. Dado que prácticamente se emplearon8 los mismos indicadores en las encuestas de 1991 y 1996 para medir la actitud de los ciudadanos hacia el TLC, es posible construir escalas totales con estos tres indicadores para ambas muestras.9 Igualmente, el mismo indicador de actitud hacia la privatización se utilizó en las dos encuestas. Por lo tanto, es posible comparar los cambios de actitud hacia el TLC y la privatización en el mismo periodo. También se creó una medida agregada de apoyo a reformas neoliberales en 1991 y 1996 por medio de la estandarización y suma de las medidas de la actitud ciudadana hacia el TLC y la privatización.10 El desarrollo de estos indicadores se explica ampliamente en el apéndice.
El primer paso en el análisis de datos es comparar las marcas de las medias en los indicadores de apoyo ciudadano a las reformas neoliberales (TLC, privatización y apoyo agregado) de cada región, a fin de seguidamente examinar los cambios suscitados en cada área geográfica durante los años de las encuestas en esa misma variable (apoyo ciudadano a las reformas neoliberales). El cuadro 2 muestra datos con significado estadístico (p=.04) pero relativamente débiles diferencias regionales a favor del TLC en 1991. Cabe recordar que el mismo aún no había sido implementado para ese año; sin embargo, es notorio el apoyo que existe por parte de los norteños para el acuerdo de entonces (véase cuadro 2). En las otras regiones las diferencias son mínimas y tienden a concentrarse cerca del promedio de la muestra.
Las actitudes en torno a privatizaciones muestran un notorio efecto regional.11 Como en el caso anterior, el mayor apoyo a privatizaciones se encuentra en el norte y el menor en el sur, en tanto que la Ciudad de México y los estados centrales se sitúan entre los extremos. Finalmente, la medida agregada de apoyo a reformas neoliberales12 revela la existencia de un patrón regional de apoyo (véase cuadro 2) por parte de los estados del norte, cuyos índices son más altos que los de cualquier otra región. El sur se coloca en el cuarto y último lugar.
Los efectos regionales en actitudes hacia reformas neoliberales son marcadamente más débiles en la muestra de 1996. Ninguna de las pruebas de diferencias de medias es significativa estadísticamente al nivel .05 (cuadro 2). Sin embargo, el mayor grado de apoyo a reformas neoliberales se encuentra en el norte, dado que se ubican más arriba en actitudes favorables hacia el TLC y de apoyo agregado a neoliberalismo y marginalmente más alto en apoyo a la privatización (cuadro 2).13 Estos resultados muestran que las dife rencias regionales en actitudes hacia el neoliberalismo varían considerablemente entre ambas encuestas (1991 y 1996). El único efecto constante a través de los años es la tendencia de los norteños a apoyar las reformas neoliberales.
La débil relación entre regionalismo y apoyo a reformas neoliberales en la muestra de 1996, se debe al cambio hacia actitudes más negativas respecto al neoliberalismo en todas las regiones incluyendo el norte (cuadro 2). Estos resultados son congruentes con los de Morris y Passé-Smith (2001), quienes afirman que las actitudes de los mexicanos hacia el TLC se tornaron paulatinamente negativas en todo el país a raíz de la devaluación de 1995. Así, el creciente sentimiento de desilusión con respecto al neoliberalismo en todas las regiones pudo ser motivado por la aguda crisis económica resultante de 1995. Entonces se confirma la explicación utilitarista de diferencias regionales en apoyo a las reformas neoliberales en el sentido de que dichas actitudes cambiaron en respuesta a las condiciones económicas y no debido a factores ideológicos o culturales.
Una revisión cuidadosa de los resultados en el cuadro 2 muestra que el norte se coloca primero, seguido del D. F. , la región central y por último el sur (1991). Para 1996, la región central ocupa el cuarto lugar, mientras que el sur pasa de último a tercero. Existe entonces un patrón constante del norte a colocarse más alto en la escala que las otras regiones, en tanto que el D.F. ocupa la segunda posición seguida por las otras dos regiones. El siguiente paso es determinar si los ciudadanos en el norte y el D.F. también se colocan arriba de las dos regiones restantes en estatus socioeconómico, en evaluaciones económicas y desempeño gubernamental. Si éste es el caso, entonces nuestros resultados concuerdan con la posición utilitarista. Igualmente, si las regiones norte y D. F. permanecen por encima del centro y sur en actitud favorable hacia los Estados Unidos, entonces la explicación cultural se confirma. Es importante subrayar que las inferencias causales a este nivel de análisis deben considerarse tentativas debido al problema provocado por el uso de sólo cuatro regiones (small N problem) en el análisis.14
Los cuadros 3 y 4 muestran diferencias regionales en estatus socioeconómico, condiciones económicas,15 actitudes hacia los Estados Unidos y aprobación presidencial entre ambas muestras. Abordando primero el estado socioeconómico, hay una clara relación entre los rangos en la escala de apoyo al neoliberalismo y los rangos en estado socioeconómico. En ambas muestras los en-cuestados que viven en México D. F. y los estados norteños se situaron más alto en la escala socioeconómica; aquellos que residen en los estados del sur se colocaron en último lugar, y en el tercero los del centro. Los habitantes del D. F. y área metropolitana poseen, con mucho una mejor posición económica que los de las otras regiones (cuadros 3 y 4). Estos rangos son similares a los regionales de apoyo al neoliberalismo. Las regiones más prósperas (norte y México D. F.) favorecen más al neoliberalismo.
No es de sorprenderse, entonces, que los mexicanos asentados en las regiones más ricas (norte y D. F.) evalúen más favorablemente las condiciones económicas. Lo opuesto ocurre dado que las evaluaciones marcadamente negativas provienen del centro y sur. Pero estas diferencias regionales son menos acentuadas en 1996 que en 1991 debido a la crisis provocada por el llamado "error de diciembre". De igual manera, las regiones en que los ciudadanos están más satisfechos con las condiciones económicas exhiben un mayor nivel de apoyo a las reformas neoliberales. Estos resultados son de nuevo consecuentes con la posición utilitarista.
En términos de diferencias regionales de aprobación de administraciones actuales (cuadros 3 y 4), es claro que los presidentes Carlos Salinas de Gortari (1988-1994) y Ernesto Zedillo (19942000) obtuvieron el mayor apoyo en el norte en el momento de ser efectuadas estas encuestas. Estas dife rencias regionales son altamente significativas (p<.01), pero más evidentes en 1996 que en 1991.16 En cambio, el área metropolitana y los estados del centro del país presentan mayores grados de declive de apoyo a la presente administración que en las regiones norte y sur (véanse diferencias entre 1991 y 1996 en los cuadros 3 y 4). Debe observarse que el apoyo a la variable "presente administración" es marcadamente menor en 1996 que en 1991 para todas las regiones, lo que refleja al menos parcialmente los efectos de la devaluación y otros eventos traumáticos que sacudieron al país en esos años.
Cuando se comparan los rangos regionales en cuanto a aprobación presidencial con los rangos en la escala de aprobación al neoliberalismo, México D. F. se convierte en la excepción. Esta región se caracteriza por su elevada desaprobación presidencial y por la continua tendencia negativa de la misma entre 1991 y 1996, al mismo tiempo que se coloca en segundo lugar en la escala de apoyo al neoliberalismo en ambas muestras. Resulta interesante notar que las simpatías del sur hacia las variables "presente administración" y "apoyo al neoliberalismo" son más altas en la muestra de 1996 que en 1991, en tanto que lo contrario ocurre con la región central: el apoyo a estas dos variables es destacadamente menor en la muestra de 1996 que en la de 1991. Los presidentes Salinas y Zedillo son calificados más favorablemente en la misma región que evidencia mayor preferencia por el neoliberalismo: el norte.
Ahora se examina la relación entre regionalismo y actitud hacia los Estados Unidos seguido por una discusión de los rangos regionales de esta variable con los rangos de apoyo al neoliberalismo. Se emplean dos indicadores para medir las diferentes dimensiones en la actitud hacia los Estados Unidos: 1) sentimiento general hacia el vecino del norte, y 2) influencia estadounidense en México (independientemente de si ésta es benéfica para nuestro país o no). Analizamos estas relaciones para evaluar, por lo menos indirectamente, la hipótesis cultural: aquellas regiones que muestran mayor aceptación a la influencia cultural estadounidense son más propensas a favorecer las reformas neoliberales. En otras palabras, la tendencia de los estados norteños a favorecer dichas reformas podría tener como sustento cierta afinidad cultural a los Estados Unidos, y no con los beneficios económicos recibidos del nuevo programa económico.
Si se examina primero la actitud sentimiento hacia los Estados Unidos (cuadros 3 y 4), resulta claro que aquellos mexicanos que viven en el norte del país tienen una opinión más positiva hacia la nación vecina que sus demás compatriotas, mientras que quienes residen en el D. F. y el sur muestran los más altos niveles de sentimiento antiestadounidense. Este patrón se refleja en ambas encuestas, y las diferencias son notorias. Pero si al D. F. le correspondía en 1991 el segundo lugar en sentimiento antiestadounidense, en la muestra de 1996 ocupa el primero.
De igual manera, los norteños expresaban una actitud más positiva hacia la influencia estadounidense en México (cuadros 3 y 4). Estos mexicanos no consideraban que Estados Unidos tuviera demasiada influencia en el país, aunque, paradójicamente, la presencia norteamericana es mayor en esa región que en otras. De modo sorprendente, el sur se coloca sólo detrás de la región norte en ambas encuestas, lo que evidencia una actitud benigna hacia la influencia estadounidense (cuadros 3 y 4). Sin afán de atribuir este hecho a un solo factor, se especula que la región del sur ha mantenido una autonomía y distinción cultural como para no sentirse coaccionada por la influencia estadounidense.17
Los rangos regionales en actitud hacia los Estados Unidos no corresponden al orden de la variable "apoyo al neoliberalismo", ya que el norte ocupa la primera posición en ambas variables. El D. F. manifiesta los más altos sentimientos antiestadounidenses, pero también apoyo relativo al neoliberalismo; y el sur, como vimos antes, muestra actitudes favorables a Estados Unidos pero no al neoliberalismo. En suma, no hay correspondencia entre rangos regionales en actitudes hacia los Estados Unidos y apoyo al neoliberalismo. Por lo tanto, estos resultados descartan la explicación cultural de dife rencias regionales en apoyo ciudadano al neoliberalismo, con excepción de los estados norteños, que sí muestran la conducta esperada en la hipótesis cultural.
Nuestro análisis se centra ahora en el empleo de la regresión mco (mínimos cuadrados ordinarios) a nivel individual. El propósito es evaluar la influencia relativa del regionalismo contra otras posibles influencias en actitudes individuales referentes a reformas neoliberales. En particular, estamos interesados en determinar si la región donde vive cada individuo influye en la propensión de apoyo a reformas neoliberales, independientemente de estatus socioeconómico, características demográficas de los encuestados, así como la evaluación de condiciones económicas, aprobación de la actual administración priísta, lealtad partidista y actitudes hacia los Estados Unidos.
A fin de explicar este proceso analítico con mayor detalle, solamente las variables regionales entran en la primera etapa de la regresión. Los coeficientes resultantes de esta etapa brindan una base comparativa cuando se añaden variables subsecuentes a la ecuación, enumeradas en el siguiente orden: 1) variables demográficas (sexo, edad, estatus socioeconómico); 2) evaluaciones económicas (evaluación de la economía mexicana, situación personal, situación económica futura esperada); 3) aprobación presidencial (Salinas en 1991 y Zedillo en 1996); 4) lealtad partidista (PRI, PAN, o PRD); y 5) actitud hacia los Estados Unidos (sentimiento en general y evaluación de la influencia norteamericana). Este método permite determinar si el hecho de vivir en el norte de México ejerce una influencia independiente sobre la actitud hacia el neoliberalismo o si la influencia regional es simplemente un elemento de estos otros factores.
El análisis de la encuesta de 1991 comienza con el uso exclusivo de las variables regionales (primera etapa en el cuadro 5). Las puntuaciones en la escala neoliberal para el sur proveen el punto de comparación con otras regiones (centro, D. F., norte) y por eso es excluido de los coeficientes de regresión reportados.18 El cuadro 5 muestra que los individuos asentados en el norte, centro y Ciudad de México se colocan significativamente más arriba en la escala neoliberal que sus compatriotas del sur. Sin embargo, estas diferencias entre los estados sureños, D. F. y estados centrales son radicalmente reducidas una vez que el estatus socioeconómico y las evaluaciones económicas (véanse etapas 2 y 3 en el cuadro 5) entran en la ecuación. Aquellos individuos que vivían en México, D. F., así como en la región central en 1991, eran más propensos a apoyar al neoliberalismo debido a que su situación económica personal era mejor que la de sus compatriotas del sur.
La explicación del porqué los ciudadanos en el norte de México tenían una disposición más favorable hacia la reforma neoliberal que aquellos del sur es mucho más compleja (cuadro 5). En parte esto se debe a que también poseían una situación económica personal ventajosa. Pero también es claro que otros factores entran en juego. El cuadro 5 muestra que la tendencia norteña a evaluar más favo r ablemente la administración salinista es un factor crucial. En contraste, las diferencias en lealtades partidistas ent re norteños y sureños no están vinculadas con las diferencias en actitud hacia el neoliberalismo (nótese que en el cuadro 5 los coeficientes de regresión no estandarizados para el norte son casi idénticos a las etapas 4 y 5 cuando lealtad partidista entra en la ecuación).
De hecho, la aprobación de la administración salinista es un indicador más fuerte de actitudes hacia neoliberalismo que la lealtad partidista o cualquiera otra de las variables independientes, incluyendo variables regionales. Esta observación concuerda con otros estudios (Kaufman y Zuckerman, 1998; Davis y Coleman, 1994) que también han mostrado que las actitudes hacia la administración en turno es el elemento más importante para moldear las preferencias de los ciudadanos en cuanto a políticas públicas, incluso más importante que a la lealtad partidista.19 Y en 1991, los mexicanos simplemente eran más afines al presidente que tenía poderes extraordinarios en el antiguo sistema de partido único.
El cuadro 5 también muestra que el mayor apoyo a reformas neoliberales se halla entre mexicanos de mayor edad, de mayor nivel socioeconómico, que evalúan de manera favorable su situación económica personal, simpatizan con el PRI y expresan actitudes favorables a Estados Unidos.
Por tanto, las evaluaciones personales de la situación económica futura, estado socioeconómico, aprobación presidencial y sentimiento hacia los Estados Unidos son factores más significativos de apoyo a reformas neoliberales que cada región en particular (etapa 6 del cuadro 5). La región en la cual habita cada individuo tiene relativamente poca influencia en la variable "apoyo a las reformas neoliberales" una vez que los efectos de las demás variables son controlados, con la excepción del norte, que sí muestra independencia estadística en apoyo al neoliberalismo.
La siguiente tarea analítica es explicar la tendencia de los ciudadanos en el norte de México de apoyar al neoliberalismo en mayor grado que los sureños en 1996. El cuadro 6 muestra que esencialmente los mismos factores explican el mayor apoyo a estas reformas en el norte tanto en 1996 como en 1991. Diferencias demográficas, particularmente en composición económica, evaluaciones favorables de condiciones económicas, mayores índices de aprobación presidencial y actitudes más favorables hacia los Estados Unidos, sustentan las diferencias regionales de apoyo al neoliberalismo para esta región.20 Como en 1991, las diferencias partidistas contribuyen muy poco a la explicación.
También puede notarse que la "aprobación presidencial" es de nuevo la variable que predice con mayor intensidad el apoyo al neoliberalismo, como se encontró en la muestra de 1991. De manera similar a los datos encontrados en 1991, los más privilegiados económicamente, que evalúan las condiciones económicas más favorablemente, son leales al PRI,21 y expresan actitudes más favorables a los Estados Unidos, también tienen actitudes igual de favorables hacia el neoliberalismo. La única diferencia notable con respecto a la muestra de 1991, es la tendencia de los mexicanos de mayor edad de apoyar menos al neoliberalismo. Lo que es particularmente importante de señalar es que no hay un efecto estadístico de importancia por el hecho de vivir en el norte de México, una vez que estas otras variables son tomadas en cuenta. La tendencia de los mexicanos del norte del país de apoyar más la reforma neoliberal se debe enteramente a su mejor posición económica, su satisfacción con el presente statu quo político, y por su mayor confianza y disposición favorable hacia los Estados Unidos. En otras palabras, factores utilitaristas y culturales explican el apoyo marcado de la región norte a las reformas neoliberales.
Conclusiones
La crisis económica de los años ochenta y el subsecuente abandono del modelo económico de sustitución de importaciones, junto con la fractura del sistema partidista único de gobierno, han socavado los cimientos del consenso político mexicano (Sánchez, 2001: 19-36). La devaluación de 1994 y otros hechos traumáticos acontecidos durante la década de los noventas, como el asesinato de Colosio, el descrédito de la administración salinista, el encarcelamiento por corrupción de Raúl Salinas y el levantamiento del Ejército Zapatista de Liberación Nacional en Chiapas, entre otros, han contribuido a un rompimiento del consenso alrededor de la ideología nacionalista del partido dominante justificada por la Revolución Mexicana.
Algunos analistas han argumentado que un nuevo consenso político puede surgir debido a las transformaciones políticas y económicas que el país ha sufrido. Específicamente, dicho consenso emergería en torno a valores democráticos y a la economía de libre mercado. Esto último implica una aceptación de la globalización económica y de reformas neoliberales, así como un rechazo a los modelos estatistas de desarrollo implementados anteriormente.
Los que proponen el neoliberalismo, particularmente aquellos que favorecen el tan llamado "consenso de Washington", reconocen que los modelos neoliberales de desarrollo orientados hacia la exportación pueden generar a corto plazo disparidades regionales y de clase (así como otros desequilibrios), pero argumentan de igual manera que a largo plazo este modelo provoca una situación de "ganar-ganar" para el país entero (para una revisión de este punto, véase Korzeniewicz y Smith, 2000:7-55). Algunos otros argumentan que un crecimiento económico constante y el desplazamiento generacional llevaría, eventualmente, a una convergencia a través de América del Norte a favor de mercados libres, ya la democracia (Inglehart, Nevitt y Basañez, 1996).
No hay suficiente info rmación para conocer las tendencias a largo plazo de la opinión pública mexicana. Sin embargo, hemos examinado la naturaleza de las disparidades regionales de ap oyo ciudadano al neoliberalismo en 1991 y 1996, utilizando encuestas de opinión a nivel nacional. Los resultados proveen información valiosa para formar un amplio consenso transregional a favor del neoliberalismo y la globalización en México.
Como Morris y Passé-Smith han señalado, el apoyo a la reforma neoliberal en México no se ha consolidado sino que permanece altamente voluble. Nuestro estudio muestra que el apoyo contingente al neoliberalismo se extiende más allá de fronteras regionales; por ende, las características particulares de cada región varían considerablemente entre las dos muestras. Hasta en las regiones económicamente mas desarrolladas (norte y D. F.), el apoyo al neoliberalismo puede caer precipitadamente como sucedió entre las dos encuestas. El análisis de los datos también mostró que factores de corto plazo y utilitaristas (incluyendo evaluaciones hacia el gobierno en turno y económicas), influyen en la formación de preferencias ciudadanas que se reflejan parcialmente en las diferentes actitudes regionales. Nuestro análisis confirma las conclusiones de Klesner con respecto a las bases utilitaristas de apoyo ciudadano a las reformas neoliberales. Sin embargo, las orientaciones culturales estables como la actitud hacia los Estados Unidos e ideológicas de largo plazo, pueden alterar hasta cierto punto tales actitudes; por eso deducimos, con base en el análisis presentado, que incluso en la región del norte (donde el apoyo al neoliberalismo es más acentuado), este respaldo se encuentra condicionado al desempeño exitoso de la economía, pero sin descartar la importancia de factores culturales en dichas actitudes.
Es interesante observar cómo las divergencias regionales en el apoyo al neoliberalismo y a la globalización disminuyeron en el centro, norte, sur y D. F. entre 1991 y 1996. No obstante, este fenómeno no es producto de la filtración de la riqueza a regiones periféricas y estados pobres, como algunos teóricos neoliberales conjeturarían. La reducción tuvo como factor principal el creciente desencanto mostrado en todas las regiones hacia el neoliberalismo debido a la severa crisis de 1995. Por el contrario, las brechas intrarregionales existentes se profundizarían aún más como resultado del desequilibrio predominante entre estados, regiones y clases sociales, en el cual unos avanzan mientras otros permanecen rezagados.
Un crecimiento económico sostenido en el norte o en algunos otros estados bajo el supuesto neoliberal de que los efectos positivos se extiendan al resto de México, quizá sea la panacea para forjar un nuevo consenso interregional a favor del neoliberalismo y la globalización. Sin embargo, hasta el objetivo de crecimiento sostenido puede dificultarse para países en vías de desarrollo en una economía global liberalizada, como lo ilustra el caso de México durante los noventas. Debe recordarse igualmente que nuestro país ha tenido a lo largo de su historia periodos de crecimiento económico sostenido, como en la época del Porfiriato y entre 1945-1970, pero sin lograr subsanar las disparidades económicas regionales.
Quizá la emergencia de un consenso transregional enfocado a políticas neoliberales, dependa de la adopción de una estrategia de "crecimiento con equilibrio" que busque eliminar las inequidades regionales y de clases existentes. Tal estrategia llevaría tentativamente a los mexicanos de bajo ingreso concentrado en las regiones y estados más pobres, a creer que sus necesidades pueden ser satisfechas por el programa neoliberal y, por consiguiente, secundar una nueva economía basada en políticas de libre mercado que trascienda regiones y clases sociales. Como Korze-niewicz y Smith (2000:3 7) argumentan, tal estrategia depende de la creación de "nuevas coaliciones policéntricas sociales-democráticas". Pero aún está por verse si estas coaliciones pueden formarse en el contexto de las instituciones existentes, los patrones de poder y las divisiones partisanas de la naciente democracia mexicana.
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*Los autores agradecen los comentarios de Marc R. Rosenblum y Rosiluz Cebados. Jorge E. Figueroa también agradece la asistencia del Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología.
1 Entendemos por neoliberalismo el conjunto de políticas económicas implementadas por el Estado mexicano que consisten en la apertura comercial, privatización de empresas paraestatales y servicios de infraestructura básica, desregulación de mercados financieros, liberación de precios, así como la disminución del papel del Estado como agente y promotor del desarrollo económico (Calva, 1993:50-51). Igualmente, cuando se habla en este artículo de "políticas neoliberales" nos referimos a las acciones enumeradas anteriormente.
2 Como se notará a lo largo del texto, los conceptos región y regionalismo se mencionan constantemente. Por eso, y a pesar de sus muchas acepciones, "región" es para nosotros un área geográfica que se distingue de otras por tener características similares, ya sean económicas, culturales o políticas. De igual manera, "regionalismo" se refiere a las características particulares y actitudes de un área geográfica o región (Bailey, 2001:7-8).De ninguna manera pretendemos elaborar una definición exhaustiva, ni consideramos las cuatro regiones analizadas como monolíticas. Véase página 87.
3 Sin embargo, se reconoce que las orientaciones culturales a largo plazo pueden cambiar. Véase Eckstein (1988:789-804).
4 Como se explicará después, las encuestas no se realizaron en todos los estados. Por eso nuestro análisis se limita a 21 entidades y el Distrito Federal.
5 Klesner divide lo que nosotros denominamos región central en dos regiones: Bajío y central. Reconocemos la utilidad de esta división.
6 Traducción de los autores.
7 La encuesta de 1991 se efectuó entre el 11 de septiembre y el 2 de octubre; la de 1996, entre el 1 y 7 de agosto.
8 Para 1991 el TLC todavía no se había implementado, pero si en 1996. Las preguntas del cuestionario de 1996 fueron alteradas para reflejar el hecho que este tratado ya estaba en vigor (primero de enero de 1994) y no simplemente anticipado como en 1991.
9 El análisis de factor para ambas muestras revela que los tres indicadores cubren la misma dimensión (eigenvalue >1.0). Por consiguiente, confiamos en la validez empírica de nuestras escalas.
10 Las correlaciones entre estos indicadores son todas al menos moderadamente significantes al nivel .001 y más.
11 El mayor efecto regional en actitudes hacia privatizaciones que en actitud hacia el TLC en 1991 podría explicarse por el hecho de que el TLC todavía no entraba en efecto, mientras que el programa privatizador sí (1991).
12 Como se indicó, esta medida se forma por la estandarización y suma de las medidas de actitud hacia el TLC y las privatizaciones.
13 Múltiples pruebas de comparaciones muestran que las diferencias en apoyo promedio al TLC entre el norte y cada una de las otras regiones son significativas estadísticamente en p<.10 (p.05 en el caso del D. F.). Sólo la diferencia media en apoyo a privatizaciones entre el norte y los estados centrales es estadísticamente significativa (p<.05). En cuanto a la medida de apoyo agregada a las reformas neoliberales solamente las diferencias de medias entre el norte y D.F. no son significativas estadísticamente (p=.15).
14 Para una explicación detallada del small N problem, véase King, Keohane y Verba (1994).
15 Esta variable es creada por una escala de factor que combina las evaluaciones de los encuestados en 1) situación económica presente, 2) situación económica futura esperada, 3) situación económica nacional. Las escalas para ambas muestras producen valores aceptables (eigenvalues >1.0).
16 Véase valor F en la muestra de 1996, así como en los cuadros 3 y 4.
17 Este argumento no es aplicable a Quintana Roo, entidad donde se encuentra localizado Cancún.
18 La exclusión de una categoría es esencial cuando se utilizan variables dummy en regresiones múltiples.
19 A pesar de que la lealtad partidista está íntimamente ligada a la aprobación presidencial.
20 Debe señalarse que la evaluación de la economía es determinante en la muestra de 1996 y quizá refleje la atención prestada por los individuos al estado de la economía de ese año. Nótese también que la influencia estadounidense variable en México es más significativa en 1996 que en 1991. Esta diferencia podría tener su origen en la forma como se mide en el cuestionario (muestra de 1996).Véase apéndice.
21 En contraste con los seguidores del PRD, quienes en ambas encuestas muestran su tendencia antineoliberal, como se esperaba.